El Palau respira distinto con la poesía
El recital del Festival Internacional augura una atractiva Semana
La poesía no hace milagros. Pero crea un estado de ánimo, ergo una nueva mirada al mundo. Pedía Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), en el primero de su dos poemas inéditos: Ha de llover ("Ha de llover en las letrinas / notariales hasta que aparezcan los títulos / de la propiedad mortal y de la tristeza hipotecaria y / cien cartas de amor de Francisco Franco") y fuera del Palau de la Música la noche ayer, obediente, lo hacía. Por efectos de luz y sonido, latía en rojo el escenario y parecía por las finas luces de blanco relámpago que inventaba la Cia. Playmodes que respiraba distinto, libre, el edificio, sometido últimamente al asmático caso Millet. Era la magia del 26º Festival Internacional de Poesía de Barcelona, que abría por vez primera la (remozada) Semana de Poesía, la 14ª.
Prometió cambios la nueva dirección del evento y la escenografía audiovisual y la improvisación musical de Bèstia Ferida convocaron a luciérnagas distintas: mucha camiseta y tejanos y pelo largo recogido en hombres, todos en una platea de bóveda celeste por las luces de bolsillo.
Espectáculo grande. ¿Cómo leía con tanta entonación esas onomatopeyas imposibles, esas rimas de palabras (¿irreales?) esa colaboradora de Carles Santos, que no asistió? Seguía el tempo, en dicción de ska, el ucranio Serhíi Jadan (Starobilsk, 1974), verso largo para vanguardias mineras que, caído el muro, plantan hongos en las minas, o para dos yugoslavos que saben, gracias a Schengen, que en Viena hay "tantos protestantes insumisos / y teléfonos móviles no robados / que sólo se ha de llegar a estirarla un poco, / esta vida".
Para estirar esa vida, proponía Jaume Bosquet (Salt, 1951) contemplar la Piedad Rondanini ("el arte nos ha de cambiar, a poder ser para mejorarnos") desde versos como microcélulas. Fue antes de que alguno de los improperios que se cruzaron las esfinges de Wagner y Amadeu Vives a flashes de color, o las imágenes que tenían como pantalla los tubos del órgano del Palau con interferencias a lo Pink Floyd y Blade Runner, salpicaran la lenta salida, con bastón, de Francesc Garriga Barata (Sabadell, 1932): los aplausos de la nohe para unos versos que sólo pueden cantar ya cuando "al blanc dels ametllers / del meu gener més fred, / la veritat menteix a cada ametlla".
Tocado el auditorio, la norteamericana Lydia Lunch, bota negra, incisiva, convocó a los fantasmas de todas las guerras. Tan agresiva (acabó tirando un atril) que quizá por ello Tomaz Salamun (esloveno de Zagreb, 1941) se quedó sin voz y fue su traductora quien recordó que "estamos vivos por un instante. Mientras se seca el barniz"). Y así Chantal Maillard (Bruselas, 1951) buscaba algo en lo que anclarse. "Un tema, busca / un tema. Para / -sobrevivir-".
Prometedor inicio de la Semana de Poesía. "Ha de llover en la superficie cristianizada por la industria". Afuera, ya no llovía. Sólo un instante.
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