Murió en Grecia
Cada vez que el señor Rajoy evoca el ejemplo griego y lo utiliza a modo de maldición contra este nuestro país me siento como Gomorra, corriendo delante de Sodoma, con una mano delante y otra detrás. La imagen de despojamiento viene al pelo -y a pelo- ahora que desde el Congreso se nos condena a pagar los platos rotos. Tranquilícense, pues, especuladores, estraperlistas y otros chorizos hoy llamados financieros. Que respire el coso bursátil. Sus juergas las subvencionaremos nosotros, y con nuestras vísceras podrán cocinarse nuevos menús. Viva la cocina del Mercado.
Congoja daba escuchar a un Zapatero apenado y sin narices para emprender la reforma por lo fiscal, por arriba, que sería lo suyo; rendido y maniatado, sin fuste de estadista por ninguna parte y solo, muy solo. Más desazón producía ver a don Mariano -¿nuestro futuro, tal como está el patio?- ponerse populista en lo borde, con su manada de ninfos y ninfas haciéndole el coro. Por un lado, un débil de carácter con escrúpulos, y, por el otro, un débil de carácter sin complejos. Menudo porvenir. ¡Borrell, vuelve, que te necesitamos! Digo yo, así, a boleo.
Y, sobre todo, esa dolorosa sensación de que cuando Grecia aparece en la boca de alguno de nuestros próceres ya no es para hablar con regocijo de sus bellos paisajes ni para remarcar que en Atenas -¿se acuerdan?- nació la democracia, medio milenio antes de que los cristianos se calzaran las sandalias y salieran a alimentar leones. Tampoco se la nombra para reconocer que, en el siglo XX de nuestra era, sufriendo una brutal dictadura militar, Grecia fue compañera de desdichas de dos países también oprimidos por sus respectivos sátrapas: Portugal y España.
En estos ciegos días se nombra a Grecia sólo para certificar que la sodomización de las democracias europeas por el dios Mercado empezó hace unos días en Atenas y avanza imparable por el sur.
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