Ya estamos aquí
Las medidas anunciadas ayer por el presidente del Gobierno son formalmente inapelables: reducir la inversión era la única forma de hacer un plan de ajuste creíble; rebajar el sueldo de los funcionarios y la pensión -en términos reales- a los mayores es incorporar a dos colectivos que en buena parte habían sido inmunes a la crisis en el mismo barco donde navega el resto de la sociedad española; el cheque- bebé y la reducción -más bien simbólica- de la ayuda al desarrollo equivalen a los recortes de gastos prescindibles que hace cualquier hogar cuando toca apretarse el cinturón.
La eliminación del régimen de jubilación parcial, la rebaja de medicamentos y la reducción de la ayuda por dependencia son tres machetazos a fuentes de gasto incontrolado que venían siendo reclamados desde hace meses por los que conocen esos problemas, con independencia de su color político. Finalmente, el recorte de 1.200 millones en las Administraciones territoriales es seguro muy necesario, pero sin haberlo concertado con ellas, poco probable.
El Gobierno ha tomado medidas impopulares, pero que no piense que su faena ha terminado
Merece la pena dar un paso atrás y tratar de poner en contexto estos anuncios con los acontecimientos que llevamos viviendo estos meses. Como explicaba hace unos días Tano Santos en el blog de Fedea, Nadaesgratis, la crisis es una crisis de deuda, en algunos países mayoritariamente del sector privado (España, EE UU), y en otros del sector público (Grecia, Japón, Bélgica, Italia).
En el caso de España, lo que hace insostenible nuestra deuda no es tanto nuestra situación actual, como acertadamente indica el Gobierno, como nuestras malas perspectivas de crecimiento, nuestros elevadísimos niveles de desempleo y los fuertes compromisos de gasto futuro asociados a pensiones y sanidad. Frente a estos problemas la única receta posible son las reformas estructurales, tan debatidas como poco aplicadas: las reformas del mercado de trabajo y del sistema financiero que nos permitan tener unas mejores perspectivas de crecimiento, y las reformas del sistema sanitario y de pensiones que nos permitan mantener bajo control el presupuesto en el medio y largo plazo.
Reformas que, por desgracia, aún hoy ocupaban un lugar muy marginal en las palabras del presidente. No existe compromiso para liderarlas y -como viene siendo demasiado habitual- se van posponiendo. Reformas que se van a hacer más complicadas ante unos sindicatos que necesitaban una buena excusa para movilizar a unas bases desencantadas y que se han crecido ante un Gobierno con poca voluntad política para atajar los problemas de raíz.
¿Por qué entonces estas medidas de ajuste fiscal, que van a tener un impacto negativo a corto plazo en el crecimiento? El motivo más inmediato es porque así nos lo han exigido hace unos días. La falta de reformas que hagan sostenible nuestro Estado del Bienestar asustaba en los mercados... y en las cancillerías. El resultado es que pagamos más cara nuestra deuda... y tenemos que hacer paquetes de ajuste para ganar credibilidad. Dos caras de una moneda que no hubiéramos tenido probablemente que utilizar. Pero lo cierto es que ya estamos aquí.
Tenemos un Gobierno que se ha atrevido con medidas impopulares, que ha tenido el valor de hacer sangre; y que necesitamos que no desfallezca. Que no piense que ya ha terminado su faena, sino que muestre la misma determinación que ha tenido en las últimas 72 horas para enfrentarse ahora a los que defienden el inmovilismo. Si no será en buena medida un esfuerzo vano. Será, además, la única forma de no tener que pasar otra semana de infarto para él y para todos.
Juan Rubio es profesor en Duke University, y Pablo Vázquez, en la Universidad Complutense de Madrid. Ambos son investigadores de Fedea.
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