Me siento realmente mal
Después de la medianoche del sábado voy a acostarme. Cuando cierro la ventana del dormitorio veo tres aguerridos policías municipales montados en sus potentes motos.
Se acercan y rodean, supongo que de forma correcta y reglamentaria, a un mendigo que duerme acostado sobre unos cartones y tapado con una manta. Le exigen que se levante y recoja sus pobres pertenencias y se vaya. "¿Y dónde voy?", pregunta el pobre. "Eso es cosa suya", contestan los agentes. El mendigo recoge sus trastos y suma una nueva humillación a la lista interminable y se marcha. Se van los agentes. Fin de la historia.
Me ha costado mucho dormirme y muy poco despertarme.
Me siento cobarde, por no exigir que se ofreciera una alternativa a ese desgraciado y que se multase al sinnúmero de coches mal aparcados.
Me siento insolidario por no bajar a la plaza y, por una vez, ponerme del lado del más débil, y ofrecerle 30 euros para que pasara la noche en cualquier pensión.
Me siento cómplice de una sociedad que se desentiende de las víctimas que provoca.
Y me siento realmente mal, porque esta carta no va a ser leída por ese hombre que esta noche dormirá en cualquier otro rincón mugriento sin saber que alguien se conmovió, y no hizo nada, al contemplar su dignidad pisoteada.
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