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AL CIERRE
Columna
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La catedral sumergida

Me preparé a fondo. Escuché La cathédrale engloutie, de Debussy -versión Michelangeli Benedetti, como está mandado-, recordé la ciudad de Ys, hundida según la leyenda frente a las costas bretonas, pero cuyo templo emerge fantasmagórico en los días claros y esparce por encima de las olas el tañido de las campanas y el olor a incienso, y me apresté a tomar el metro en Urquinaona, rumbo a la recién inaugurada estación de Llefià, en Badalona. Los barceloneses contamos en efecto, desde hace unos días, con nuestra propia catedral sumergida. El pozo de esa estación de la línea 10 (color turquesa), de una altura superior a los 30 metros, se asemeja a un ábside futurista, de acero, vidrio, plancha perforada y focos empotrados, donde, en lugar de un obispo, esperas que de un momento a otro salga a oficiar el Neo de Matrix. En los absidiolos perimetrales se han instalado seis ascensores que te conducen a la salvación, o sea, la calle. Por delante de los elevadores, ocho pasarelas ornamentales -no transitables- recuerdan el orden de los pisos del Liceo y el golfo místico que abrazan. Menos fotografiado, pero no menos espectacular, es el pozo de Bon Pastor: los tramos de las escaleras mecánicas parecen meterte en un trompe l'oeil de Escher, versión hight-tech.

Me disponía a regresar con el modernísimo metro fantasma (sin conductor, como el barco wagneriano) para enlazar con la línea 4 y de allí dirigirme a Urquinaona, cuando me topé con una cara conocida: Roser Capdevila, la madre real y artística de Les tres bessones. Ella también había decidido dedicar la mañana al turismo de infraestructuras. Iba acompañada de dos amigas. "Las tres tuneladoras", retrató con ironía al grupo de veteranas. Acaban de concederle la medalla de oro de Bellas Artes: "Ahora soy 'excelentísima', como Franco". Pero no es eso lo que más la conmueve, sino haber sido premiada junto a Julio Iglesias y la duquesa de Alba...

El nuevo metro le parece precioso, aunque confiesa no ser muy ducha en el medio. "Yo antes iba a todas partes en vespa, ¿sabes?". Sí, como la jirafa Palmira. "Exacto. Y los motoristas rara vez nos metemos en el metro...". Exacto. Corremos así el riesgo de perdernos catedrales sumergidas tan impresionantes como la de Llefià. A cambio, nunca perdemos de vista el cielo.

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