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Columna
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Más que revuelo

La noticia de que el Ayuntamiento de Bilbao prepara una ordenanza para prohibir la prostitución en las calles ha provocado un cierto revuelo, motivado algunas reacciones y respuestas. Y ese mérito habría que concederle al menos a esa iniciativa municipal, el de agitar el asunto, el de no permitir que continuemos como si no pasara nada ante una práctica en la que pasan tantas cosas y que de tantas maneras es un reflejo social, permanentemente actualizado. Una vez puesto el asunto sobre la mesa, entiendo que hay que llevarlo lejos, no reducir el debate al mero revuelo de opinión; no limitarse en las decisiones públicas al parcheo, a prohibir la prostitución aquí para que se ponga allá, o a quitarla de la vista para que se encierre en clubs y pisos (anunciados incluso en la prensa más seria, lo que no dejo de lamentar). Creo que lleva mucho tiempo siendo hora de abordar el fenómeno con decisión, de abrir un debate social e institucional riguroso y, sobre todo, concluyente, que desemboque en una postura pública definida y definitiva, esto es, perfectamente reconocible y aplicable.

Hay quien piensa que en la prostitución no se debe intervenir porque o en la medida en que se trata de un intercambio de sexo por dinero entre adultos, libremente consentido y en espacios privados. Las cosas no (me) parecen tan sencillas. La libertad de comprar y vender no es absoluta en nuestras sociedades. Hay "bienes" que quedan excluidos del intercambio mercantil, por muy consentido y adulto que éste sea: nadie puede poner libremente en el mercado, por ejemplo, sus corneas o sus riñones; o decidir mediante simple precio acoger en su vientre un embrión ajeno, o, por irme al otro extremo del abanico vital, delegar en alguien su paso al más allá. Estas y otras exclusiones y/o regulaciones se establecen por principio, es decir, por respeto a valores que socialmente se colocan por encima de cualquier valor de mercado. Y hay que decir que no abundan en las cuestiones citadas (he puesto sólo ejemplos relacionados con el cuerpo) las opiniones que llaman a la desregularización total o invocan la pura y dura libertad contractual. En cambio, cuando se trata de prostitución, estos puntos de vista son, sorprendente y elocuentemente, mucho más habituales.

Que el primer argumento que se proponga para defender la práctica de la prostitución sea el de la libertad me escalofría, quizá porque tengo otro concepto de lo que significa y representa ser libre. Pero también porque ya sabemos de sobra, contamos con montañas de evidencias rotundas, que hoy el nombre de prostitución define esencialmente prácticas y tráficos que se sitúan en el ámbito de la explotación humana, es decir, en el vecindario de la esclavitud. Entiendo que es urgente que el revuelo que ha producido la ordenanza citada no se quede en eso, que se convierta en un debate que defina por fin, en el sentido de la regulación o del abolicionismo, nuestra postura pública.

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