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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Contraste de pareceres

Quisiera comentar los artículos publicados en EL PAÍS los días 24 y 25 de abril por Joaquín Leguina, Jordi Gracia y Andrés Trapiello. Vamos por partes.

Cuando Gracia critica la retirada de estatuas de Franco y adláteres, porque el destierro de esos símbolos a "almacenes oscuros" evitaría que la gente criticase a los protagonistas, pregunto: ¿por qué no entonces estatuas de Hitler en Alemania, de Mussolini en Italia o, más recientemente, de Ceausescu en Rumania?

La propuesta de Trapiello al propugnar el desmantelamiento del monumento de Cuelgamuros es irrealista, y significaría la recaída (no hago juegos de palabras) en el atropello a las víctimas de ambos signos que allí reposan por deseo de sus deudos. Pero confieso haberme interrogado a veces, ¿y si saliesen de allí los restos del dictador? ¿A los Franco, ante todo cuidadosos del uso de una copiosa herencia y dados al lucro (véanse en apariciones televisivas remuneradas), les sería inasumible un traslado íntimo y sin gastos a otro panteón con su familia? Junto a José Antonio, asesinado, debería reposar otra persona ejecutada por los rebeldes.

Lo de Leguina es más serio: ataca el maniqueísmo y él lo practica. ¿Quién tacha de cobardía a la Transición, por el hecho de reconocer que se hizo lo que entonces se pudo, hoy superable? ¿Qué loco acusa de franquistas a 10 millones de votantes del PP? ¿Alguien ha negado los crímenes en zona roja durante la contienda, simultáneos pero en menor cantidad y menos programados que los nacionales?

El tema es otro, cansa repetirlo: tres años de barbarie común, echemos el cerrojo.

Pero a ello siguen 35 años (10 veces más) de victoria total, de "paz" sin enemigo interior o exterior detectables, pero en los que el resentimiento del vencedor se planifica y ejerce con más de 100.000 fusilamientos, y cárceles, desapariciones, tortura, conforme a leyes y jurisdicciones ad hoc que no obvian el engaño (en mi función notarial de Actas a requerimiento de víctimas, su pariente fusilado no solía aparecer en el parte médico cómo tal, sino muerte por "paro cardiaco" o "hemorragia masiva"); por todo ello, la injusticia remanente está ahí, hay que llevarla a cabo y la instrucción de un juez, errónea o no técnicamente, no puede ser nunca prevaricadora.

Y la lectura de Leguina de la Resolución ONU 2391 es sesgada, así como del Estatuto de Roma 1998, referido, sí, a crímenes "de futuro", pero que al tiempo declara "imprescriptibles" los "crímenes contra la humanidad", lo cual da lugar a interpretaciones que no caben aquí, pero pendientes de discutir con mi buen amigo Joaquín.

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