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Columna
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Gangrena

Enrique Gil Calvo

La semana pasada se representó en la Eurozona el último acto de la tragedia griega, hasta que la canciller Merkel transigió por fin acudiendo al rescate de los contribuyentes helenos, y con ello de sus demás conciudadanos del sur europeo, amenazados por el contagio de la desconfianza en la insolvencia griega. Un contagio que se suele explicar como efecto dominó, cuando la caída de una ficha derriba a las siguientes en la fila. Pero más que de efecto dominó habría que hablar de efecto gangrena, pues los países del euro no somos piezas sueltas sino que formamos un solo cuerpo orgánico integrado como un todo unitario. Un eurocuerpo en el que Berlín ocupa la cabeza; París, el corazón; Roma y Madrid, el abdomen, y Atenas y Lisboa, las extremidades. Si los pies de helenos o lusos se gangrenasen, la infección de la desconfianza se extendería progresivamente al resto del cuerpo, y de no amputarse el foco de contagio, el mal amenazaría con invadir finalmente el sistema corporal entero. De ahí que la amputación de la gangrena griega sea el gran temor y a la vez la gran tentación que acecha a la Eurozona, compelida por las apuestas especulativas a dejar caer a Grecia como se dejó caer a Lehman Brothers.

Los grandes Estados se desentienden de los pequeños, dejando que cada palo aguante su vela

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Cuando quienes amenazaban con arruinarse por insolvencia deudora y trampas contables eran los bancos privados demasiado grandes para caer, el G-20 y el FMI proclamaron el estado de excepción y nacionalizaron los mercados decretando una economía de guerra contra la crisis. Así, todos los Estados suspendieron la ortodoxia y se endeudaron hasta las cejas para inyectar liquidez deficitaria en los mercados. En esta línea de hacer los deberes impuestos por el FMI, España fue la primera de la clase, al liquidar en 2008 su superávit fiscal del 3% para incurrir al año siguiente en un déficit del 11%. Y aunque fuera en menor medida, todos los demás países hicieron lo mismo. Pues bien, ahora las tornas se invierten. Una vez saneada la banca privada con cargo al contribuyente, ahora son los Tesoros públicos quienes amenazan con arruinarse por su insolvencia deudora (y en el caso de Grecia por sus trampas contables). Pero esta vez no se decreta el estado de excepción para diseñar un plan de salvación colectiva. Por el contrario, los que hace un año preconizaban el gasto deficitario ahora decretan el súbito regreso a la ortodoxia, exigiendo a los Estados sanear sus haciendas con máxima urgencia. Es lo que exige Merkel a Grecia y Bruselas a Madrid, reclamando el cumplimiento del plan de estabilidad (3% de déficit fiscal) cuando hace un año alentaban las inyecciones keynesianas.

¿Qué ha cambiado, para pasar tan deprisa de la heterodoxia a la ortodoxia? Pues que la banca de inversión ya ha logrado sanear sus deudas privadas gracias a la deuda pública. Esa misma banca de inversión que ahora se enriquece al especular a la baja prestando con usura a los Estados tachados de insolventes. Así, cuando la gran banca amenazaba con arruinarse, los Estados se unieron como una piña para comprometerse en un plan de salvamento común. Pero ahora, una vez pasado el peligro de quiebra bancaria, los grandes Estados se desentienden de los Estados pequeños, dejando que cada palo aguante su vela. Con ello se olvida que la verdadera gangrena no es la presunta insolvencia estatal sino la especulación usurera. Es la ley del más fuerte porque en la selva financiera el tamaño también importa, y sólo se rescata con fondos públicos a los bancos y países demasiado grandes para caer, mientras que a los pequeños se les abandona a su suerte.

Pero esto demuestra una gran miopía por parte de Alemania, que no parece comprender que nos enfrentamos todos, grandes y pequeños, a un problema de "acción colectiva" (Olson). Si se deja caer a los países más pequeños del Eurogrupo será toda la Unión Monetaria quien lo sufra, pues la suerte de los países mayores también depende de la que corran los menores. De ahí que tendría que ser Alemania, como miembro de mayor tamaño, quien ejerciera la función de empresario político encargado de liderar la acción colectiva del cuerpo común. Una función de liderazgo que implica no sólo penalizar a los gorrones (o free riders), como exige Merkel, sino rescatarlos también entre todos, a fin de evitar el suicida sálvese quien pueda. Y este difícil problema de acción colectiva que afecta a la Eurozona es el mismo que aqueja a España a escala estatal: cómo liderar a las administraciones públicas, a los interlocutores sociales y a los partidos políticos para acordar entre todos el saneamiento fiscal de la hacienda española. Una tarea que exige el convincente liderazgo de un empresariado político que entre nosotros brilla dramáticamente por su ausencia.

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