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LA ZANCADILLA | 35ª jornada de Liga
Columna
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Ventajas de perder así

David Trueba

Como buen aficionado del Atlético de Madrid, su pase a la final de la Liga Europa me deja mudo, casi sin argumentos. Desacostumbrados como estamos a las victorias, valoramos muchísimo las ventajas de perder. Hemos especulado tanto alrededor de ellas que nos pasa un poco como si nos cambiaran el final de nuestra película favorita y pusieran un beso en lugar de la carretera solitaria por la que se aleja el protagonista. Sin embargo, en la derrota del Barcelona frente al Inter nos movemos en territorio emocional tan conocido que quizá podamos echar una mano. El Real Madrid y el Barcelona tienen algo de perro de pedigrí, de esos que los amos presentan a concursos de belleza, repeinados y altivos; que se quedan absolutamente desnortados cuando un perro callejero, pulgoso y feo, les pega un mordisco inesperado y cruel.

Una Copa de Europa no se saborea del todo hasta que al año siguiente ves cómo se te escapa

La primera virtud de la derrota del Barcelona tiene que ver con la valoración de la suerte. Cuando un equipo gana, es casi imposible que sea capaz de poner en justicia el peso de la suerte. Le parece que el soplo afortunado es algo merecido; que ese detalle que inclinó el partido a su favor, que cegó las oportunidades del rival, es un episodio anecdótico; que la suerte es para quien la persigue. Y no es así. La derrota te enseña que la suerte es caprichosa, impredecible, cruel, que tiene la potencia de un vendaval. Cuando pierdes, entiendes que los caprichos de la fortuna no son justos ni ganados a pulso, sino inconsecuentes, desoladores como el castigo inmerecido de un padre. La suerte azulgrana del año pasado en la semifinal contra el Chelsea sólo hoy alcanza a ser apreciada.

La segunda enorme victoria de perder tiene que ver con la inmediata valoración de lo logrado en años anteriores. No alcanzar la final después de pasar por eliminatorias y fases previas, del periplo por la esforzada competición, incluso por la excelencia de aquella primera parte frente al Arsenal en Londres, coloca en su justo lugar los triunfos del año pasado. Te recuerda que lo logrado no fue un mérito sencillo, ni para ti ni para los anteriores vencedores, sino que tuvo una trascendencia que a lo mejor en el momento no supiste entender. Como dice el tanta veces citado verso de Dante, "nada hay más doloroso que el recuerdo de los tiempos felices en la desgracia", necesitas el infortunio para saborear, con el dolor añadido de la pérdida, lo que fue esplendor. En realidad, ganar una Copa de Europa no se saborea del todo hasta que al año siguiente ves cómo se te escapa. Por eso en la derrota frente al Inter había una enorme tristeza que era la celebración final de la victoria de la temporada pasada.

La tercera satisfacción de la derrota es que te permite escenificar lo noble de tu empeño. El triunfo es grosero, pone demasiado fácil el elogio. Nadie te lo escatimará. Es un valor objetivo incuestionable. Pero perder sin perder la elegancia, la moderación, la apuesta por una forma de jugar, de ser, de vivir el deporte, es una oportunidad que no puedes desaprovechar. Al Barça de Guardiola le faltaba perder para ser completo y hacerlo frente a un equipo rácano que cuestionó y derrotó los principios de su fútbol con otros principios turbios, antifotogénicos pero eficaces, fue aún mejor. Las competiciones marcan en las finales y los títulos, una raya ilusoria con respecto al deporte. La única verdad es la continuidad, el partido que jugar cada tres días, y existe un trofeo, mucho más grande que cualquiera, que es el conjunto de una carrera.

Frente a un cierto desafío impertinente, responder con pausa, con humildad, la única virtud que sólo puede expresarse en la derrota, es responder correctamente. Porque ser humilde ganando es sencillo, pero serlo perdiendo es meritorio. A la necesidad de reivindicarte no dejar de contraponerle la admiración por el que te derrotó, sea cual fuera su estrategia.

La impotencia, la incapacidad creativa, la angustia ante el paso del tiempo, ante la negación de una segunda oportunidad, la conciencia de que eras mejor y perdiste, el vacío de la derrota, las lágrimas de la estrella, son consecuencia lógica del fracaso. No se trata de saborear la caída como los personajes de perdedores tan endulzados por el cine y la novela, a nadie le apetece jugar al solitario en la noche lluviosa. Ni recurrir a la autoayuda ni al manual de uso para sacar lecciones provechosas. La derrota tiene que valorarse como tal, provocar fastidio, permitirte un tiempo de duelo y hasta rencor. Sacar lo peor de uno, sencillamente para ver cómo es lo peor de uno y volver a guardarlo al lado de lo mejor. El desafío impertinente del que te venció no puede ser mirado por encima del hombro, sino con admiración. Sea cual fuera su estrategia, te ganó y reivindicarte no puede pasar por despreciarlo a él. No vale con decir somos mejores, tuvimos un mal día, el deporte es así. No hay atajo hasta el consuelo. Se necesita incorporarse al camino de nuevo. Poner la meta más lejos. Porque perder no es perder del todo cuando se hace bien, cuando te familiariza con la derrota, mucho más frecuente que el triunfo, casi siempre estación final de cualquier esfuerzo. Entonces son innumerables las ventajas de perder así. Por eso los atléticos saboreamos cada escaso triunfo, porque jugamos una competición que dura años y en ganar un trofeo empleamos décadas. Como tiene que ser.

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