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Columna
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Farolillo rojo

Hace unos días tuve una sensación muy incómoda: la de avergonzarme de ser como soy. No me pasaba desde la época franquista, cuando de estudiante recorría Europa en autobús y todo -la alegría de vivir de la gente, su nivel de vida, sus costumbres liberales, sus opiniones políticas expresadas abiertamente- me señalaba con el dedo poniendo de manifiesto que los españoles éramos unos desgraciados que vivíamos en puro estado de excepción. Aquello pasó, afortunadamente, y hoy, a pesar de la crisis, tenemos un orgullo colectivo trabajosamente labrado durante treinta años. Pero no sólo existe el orgullo de ser ciudadano de España, también existía -¡ay!- el de serlo de la Comunidad Valenciana. Sí, ya sé lo que me van a decir: que si el comecocos de Canal 9, que si el caso Gürtel, que si las trapacerías fabristas, que si el dislate de Terra Mítica, que si tal y que si cual. Es verdad, pero no dejan de ser cuestiones opinables. No es infrecuente que los ciudadanos valencianos que están contra todo eso -una minoría, si nos atenemos a los resultados electorales- se encuentren con personas de otras comunidades que les alaban el cambio radical que, según ellas, ha experimentado la Comunidad Valenciana en los últimos años. Es algo opinable.

Por desgracia, lo que no resulta opinable, porque se reduce a un conjunto de datos objetivos, es el puesto vergonzante que la Comunidad Valenciana ocupa en el informe del Ministerio de Educación sobre adquisición de competencias básicas de los estudiantes de 4º de Primaria: estamos en el furgón de cola, tan solo por delante de las ciudades de Ceuta y Melilla, un caso especial pues más de la mitad de sus escolares pertenece a familias árabes casi analfabetas. ¿Que el informe lo firma el Ministerio de Educación del Gobierno socialista, el de Zapatero embustero? No me vengan con paños calientes: la autonomía mejor clasificada es La Rioja -del PP-, luego Asturias -del PSOE-, luego Castilla y León -del PP-, luego Aragón -del PSOE-, luego Madrid -de doña Espe la neoliberal-, y así se van alternando hasta llegar al cero patatero, a la comunidad con orejas de burro que ocupa el farolillo rojo: la nuestra. Es una tragedia. Ahora mismo me apuntaría a estar mal clasificado en cualquier otro listado, desde el de la antigüedad de los coches hasta el de población obesa mórbida, pero no en Educación, por favor. Si falla la educación, falla todo. No hay que ser ningún lince para adivinar lo que nos depara el futuro a los valencianos: las tres P, paro, pobreza y pesimismo. Ya vale de marear la perdiz. Puede que el 12 de mayo sienten en el banquillo al Sr. Camps y puede que no, pero así no podemos seguir. Hay que hacer algo ya, porque hemos rebasado la línea roja. Lo de Grecia es malo, pero lo nuestro -no menos endeudados- pinta mucho peor.

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