Silicona en el alma
La vida sentimental del cirujano plástico Torvaldo Duque es tan falsa como los pechos de las mujeres que pasaron por el quirófano de su clínica. Sin los postizos, rellenos y estiramientos afectivos que la sostienen, su relación conyugal con Angélica se quedaría péndula y sin brillo. Torvaldo se siente caballero andante: pertrechado con casco y cota de malla, juega a ser príncipe rana de una princesa de Exin Castillos.
Durante el primer y desconcertante tercio largo de esta función mucho nos tememos que el juego dramático arcaizante en el que Lucía Vilanova embarca a sus protagonistas sea humo de virutas: no parece que vaya a parar a parte alguna hasta que Torvaldo atiende por fin un correo electrónico de su corrupto hermano y ex socio, recién salido de la cárcel. Entonces, se plantea un conflicto dramático fuerte, con giros sorprendentes y un final poco edificante, como dirían los británicos.
TORVALDO FURIOSO
Autora: Lucía Vilanova. Luz: Pedro Yagüe. Vestuario: Nuria Martínez. Espacio escénico: Víctor Molero. Dirección: Lino Ferreira. Teatro La Espada de Madera. Hasta el 1 de mayo.
Vilanova, actriz antes que autora, crea una estructura dramática eficaz
Vilanova, actriz antes que autora, crea una estructura dramática eficaz y gasta un vocabulario amplio y exacto en este drama al borde de lo inverosímil, interpretado por actores habituales de La Abadía e inspirado a tres bandas en el mito de Pigmalión, en Casa de muñecas y en la leyenda de Orlando, paladín de Carlomagno. Julio Cortázar lidia con energía con un personaje de perfiles poco pronunciados e Inma Nieto le da vuelo, carnalidad y un par de vueltas de tuerca a esa mujer que parece lo que no es y que hace y deshace a su antojo sin que Torvaldo se entere. Cuando se pone persuasiva y seductora, Nieto recuerda a la Forqué.
Lo mejor de Torvaldo furioso es el tramo final, rematado por dos monólogos simultáneos, concertados como un dúo operístico y dichos con mucho oído. El espectáculo ganaría dos grados en la escala de Richter si Vilanova condensara su larga, medievalizante y un tanto logorreica introducción. Vale la pena llegar media hora antes del comienzo para compartir con los actores y con el director Lino Ferreira el vino al que el teatro La Espada de Madera invita en su acogedor ambigú.
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