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Columna
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Familias

Mientras había dinero suficiente para todos, hay que reconocerlo, la familia funcionaba moderadamente bien. El hijo hacía lo que le daba la gana, el padre se podía ir por ahí y la madre por allá, las relaciones afectivas entre ellos eran breves pero intensas, como el microondas, en palabras de no me acuerdo quién. Pero desde que escasean los recursos, la cosa se cuece a fuego lento y surgen los problemas. Pasan juntos demasiado tiempo y entonces aparecen los conflictos, los excesos verbales y hasta la violencia.

Es evidente que esto se puede generalizar a todo tipo de familias desde que sufrimos la crisis económica. La familia sindical se ocupa demasiado del pasado y me parece bien, hasta diría que muy bien, pero preferiría que se dedicara más al presente y al futuro de nuestros sueldos, que no están nada claros. La familia educativa anda revuelta, no sabe si prohibir el velo, permitir la misa o hacer turismo en Bolonia; los profesores quieren ser una autoridad y no precisamente en su materia, mientras los alumnos se niegan a obedecer lo que no entienden, que tampoco les falta razón. Hasta la familia eclesiástica entra en conflicto porque, acostumbrada a colonizar almas, algunos se pasan y colonizan también los cuerpos. De la judicial mejor no hablar, porque se llevan tan mal que habría que aconsejarles el divorcio, con orden de alejamiento incluida y custodia compartida de los presuntos delincuentes. En definitiva, un conflicto familiar generalizado y con mal aspecto.

Pero la familia política es la más perjudicada. Durante 30 años declaraban amor eterno al milagro de la transición, no se sabe si se referían a la resurrección de Lázaro o a la multiplicación de los panes y los peces, aunque me inclino por esto último. Pero desde que hay poco dinero todo cambió. Están agresivos, nos multan por cualquier cosa, se insultan, niegan la palabra al otro, viajan por el mundo huyendo de sí mismos. En nuestra ciudad quieren una avenida directa al mar y se comportan como Godzilla arrasando las calles de Nueva York para conseguir un camino hacia el puerto. No se sabe con seguridad si pretenden una posible vía de escape, en caso de necesidad, o es una obsesión patológica por el agua. Están imposibles, como ya no hay panes y peces para todos se inclinan peligrosamente hacia el canibalismo.

Maquiavelo me parece demasiado cínico cuando afirma que los hombres olvidan más pronto la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio. Sin embargo, la inversa parece cierta, que la pérdida del patrimonio excita los recuerdos y la memoria de la historia, resucita al padre y a los antepasados, recupera los conflictos y la lucha entre familias.

Necesitamos urgentemente salir de la crisis por muchas razones, entre otras para que las distintas familias se tranquilicen y vuelvan a ignorarse respetuosamente.

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