_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Espiral del silencio

Acabo de descubrir que se ha muerto, hace unas semanas, Elisabeth Noelle-Neumann. La socióloga alemana, autora de La espiral del silencio (1984), nos ha dejado silenciosamente, sin obituarios ni reconocimientos por nuestra parte. Y eso que, tras toda una vida estudiando el fenómeno de la opinión pública, nos lega unas herramientas muy valiosas para entender algo de nuestro aturullado comportamiento sociopolítico.

Verán, por una parte tenemos un concepto racionalista de la opinión pública, basado en la idea de unos ciudadanos informados, capaces de formular argumentos razonables y de realizar juicios ponderados. Este es el concepto ideal, que grandes pensadores como Habermas desarrollan para una teoría de la ciudadanía democrática. Sin embargo, lo que Noelle-Neumann estudió y teorizó es la forma en que la mayoría de los individuos -y no sólo esa élite ilustrada- forman sus opiniones y sus comportamientos, ajenos a ese ideal racionalista; en su lugar, popularizó la tesis de que la opinión pública es una cuestión de control social.

La idea principal de la teoría de la espiral del silencio es que la sociedad amenaza con el aislamiento y la exclusión a las personas que se desvían del consenso. Los individuos, dotados de un miedo natural y comprensible al aislamiento, intentan comprobar constantemente qué opiniones y modos de comportamiento son aprobados y desaprobados en su medio, y qué opiniones y formas de comportamiento están ganando o perdiendo fuerza. Los resultados de sus estimaciones influyen en la inclinación de la gente a expresarse, así como en su comportamiento en general. "Correr en pelotón constituye un estado de relativa felicidad; pero si no es posible, porque no se quiere compartir públicamente una convicción aceptada aparentemente de modo universal, al menos se pude permanecer en silencio como segunda mejor opción, para seguir siendo tolerado por los demás".

Así que eso somos nosotros: animales con un radar interior, animales que necesitan ser aceptados, reconocidos, apreciados, queridos y que, por tanto, se suman al pelotón principal. Animales que se mimetizan con su entorno, que intentan no pensar ni sentir de manera muy diversa al común de su grupo, de sus círculos de referencia y afecto. Si disienten, tienden a callarse, a "no significarse". Se trata, sin ir más lejos, de una teoría que muestra muy bien cómo funciona o ha funcionado la sociedad vasca durante todas estas décadas. Pero se trata de una teoría sobre el funcionamiento de los grupos humanos (de cómo se cohesionan, se refuerzan y se presionan; de cómo controlan a las minorías disidentes), no tanto sobre el enigma de cómo se forma una masa crítica que impulsa la evolución de una opinión mayoritaria a otra. De cómo se rompe o transforma esa (en nuestro caso tan triste, o tan culpable) espiral del silencio. Y he ahí la madre del cordero.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_