Los rincones oscuros
Es lógico que el universo urbano, convertido en hábitat natural de la humanidad, constituya una fuente inagotable de imágenes de toda índole, y en particular de las debidas a los medios técnicos más característicos de la modernidad avanzada, como la fotografía o el cine. De hecho, el primer problema a afrontar de cara al diseño de una exposición sobre el tema de la ciudad (y tanto más cuanto, como aquí sucede, se abarcan los últimos cien años) es el de establecer un hilo conductor que facilite algún criterio de selección. El comisario, José Miguel G. Cortés, ha acertado ofreciendo un panorama plural e informativo, dentro de un marco en el que, como sugiere el título de la muestra, se obvian los aspectos más brillantes o favorables de la vida urbana para destacar sobre todo sus registros más conflictivos.
Malas calles
IVAM
Guillem de Castro, 118. Valencia
Hasta el 9 de mayo
La exposición, dividida en cuatro partes, trata un itinerario que retrocede desde nuestros días hasta los años veinte. La primera sección (Se acabó la fiesta) es la que más nítidamente responde al título general. De hecho, las fotografías de Alexander Apóstol de dos esquinas casi idénticas de una avenida de Bogotá, con edificios aparentemente vacíos, salvo los comercios de las plantas bajas, sin más presencia humana que la del Ejército, nos ofrecen una imagen emblemática de lo que puede ser una "mala calle"; lo mismo puede decirse de las escenas callejeras de la Ucrania de los sin techo, de Boris Mikhailov, las de Jeff Wall o las más retóricas (ruinas tras la batalla) de Gabriele Basilico; con ellas contrastan las urbanizaciones suburbiales con campos de golf (David Goldblatt) o sin ellos (Paul Graham). Son todas visiones de aislamiento y violencia (como en las películas La zona, de Rodrigo Pla, y El odio, de Mathieu Kassowitz), de marginalidad, inseguridad y desorden (bien patente en las secuencias sobre Lagos, ejemplo de megalópolis apocalíptica, presentadas por Rem Koolhaas) en las que se invocan los rasgos más deprimentes de la vida urbana.
Pero aquella "fiesta" tuvo también sus lados sombríos. Por eso en la sección dedicada a los setenta y noventa (La calle es nuestra) se tematiza no sólo la eclosión del otro (por ejemplo, el mundo gay), sino su visibilización como víctima de la exclusión. En este ámbito hallamos imágenes de notable franqueza (Philip-Lorca Dicorcia), a veces de sesgo más poético (Cindy Sherman, Wolfgang Tillmans). Del mismo modo, en Entre la utopía y el desencanto (años cincuenta y sesenta) se invocan algunas anarquitecturas, más irónicas que visionarias, de Peter Cook (Archigram), Debord o Matta-Clark (aquí algo descolocado), junto a propuestas más duras de Dan Graham, o ampliamente narrativas, de Ruscha o Acconci.
La última sección, En medio de la multitud, parece presidida por Metrópolis (1916-1917), de Grosz, donde se expone con maestría la experiencia temprana de la ciudad en forma de tumultuosas avenidas, atiborradas de una muchedumbre vertiginosa, así como por el montaje de Paul Citroen, con su desordenada multitud de edificios. Obras de Grosz, César Domela, Ladislav Berka, Horacio Coppola, Grete Stern o Paul Joostens, e imágenes de constructivistas rusos, menos urbanas que industriales (no ciudadanos, sino masas obreras), de Lissitzky, Klucis, Rodchenko, Kraly, procedentes de los fondos del IVAM, complementan la muestra. Ésta, bien presentada, permite contemplar cine clásico (Ruttmann, Vertov, Lang, Tati, Ford Coppola), además de películas menos vistas, como Manhatta (1920), de Charles Sheeler y Paul Strand, o En construcción, de Guerín. También se puede escuchar un amplio repertorio de música popular alusiva al tema, y hasta leer, en lugares adecuados, miles de páginas de libros. Desde luego, difícilmente nos volverán ofrecer las malas calles un espacio tan acogedor.
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