Terror en el 'hammam'

El actor bonaerense Pablo Echarri, que acaba de estrenar Las viudas de los jueves, rememora sus peripecias por Marraquech.

¿Le va el mundo árabe?

Me fascina desde que visité Marruecos hace unos cuatro o cinco años. Ver por primera vez la plaza de Djema el Fna, con sus músicos, sus cuentacuentos, esos puestos para cenar..., es como Las mil y una noches. Y la madraza Ben Youseff, los jardines Majorelle, los zocos...

Veo que no se le escapa nada.Tuve la suerte de quedarme en el hotel de un familiar de Rafael Amargo. Y fue el propio Rafael, gran conocedor de la ciudad, quien nos llevó de paseo.

¡Vaya guía de lujo!

Y tanto. Nos llevó a unas mezquitas preciosas y a unas tiendas y restaurantes imposibles de encontrar en una guía de viaje. Yo no podría regresar ni aunque quisiera, de lo laberíntica que es esa ciudad. Es más, cada vez que paseábamos sin él acabábamos perdiéndonos. Imposible orientarse.

¿Ni siquiera con un mapa?

Una vez nos hicieron un mapa para ir a un hammam y pudimos llegar. Y ahora que menciono ese hammam, recuerdo que fue una experiencia un tanto terrorífica.

¿A qué hay que tener miedo en un hammam?

Yo no había ido nunca a uno y no sabía casi nada del tema. Yo me imaginaba un jacuzzi y poco más. Pero al llegar me colocan a un tío de dos metros delante, y ya sólo recuerdo que se empezó a crujir los nudillos... Y después, todo es una reminiscencia borrosa salpicada de dolor: músculos que no sabía ni que tenía estirándose a lo bestia y mi piel exfoliada a tiras.

Pero si dicen que es muy relajante...

Sí, al final uno se queda muy relajado. Pero en mi caso, al no ir prevenido, más que recibir un masaje me sentí como si fuera un sparring de pressing catch. Además, tampoco me duró mucho el relax porque esa noche fuimos a Pachá, y el sitio estaba animadísimo. Es probablemente el local más recomendable para salir de noche en la ciudad; además de la discoteca, tiene dos restaurantes, un bar y hasta un hotel.