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Columna
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La caída de la casa Usher

Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Plaza del Obradoiro... Bueno, no, seamos sinceros: lo anterior es de Edgar Allan Poe y ni yo viajo a caballo ni Poe llegó al Obradoiro, sino a la Casa Usher. El escritor americano llegó a su destino, eso sí, en vísperas de destrucción, de hundimiento. (Si yo tuviera un documento antiguo que otorgara a algún antepasado mío, y a todos sus descendientes, la potestad de entrar a caballo en una catedral -juro que existe tal cosa-, tengan por seguro que lo esgrimiría cuando los munipas intentaran impedir, con toda la razón, el paso de mi corcel) El retumbar de los cascos del caballo de míster Edgar podría inclinar aún más la torre derecha del Obradoiro. Porque el Obradoiro se hunde. Las grietas de la torre derecha gotean y están deshaciendo el Pórtico de la Gloria. El informe se daba en EL PAÍS hace unos días. El trabajo ímprobo de restauración lucha contra el ansia de eternidad de la burocracia: el presupuesto dura lo que dura la obra.

Habrá que desmontar los andamios del Pórtico para que Ratzinger no entre bajo palio industrial

Las ventanas como ojos vacíos -las vacías ventanas como ojos- de los edificios gubernamentales de nuestros días no dejan ver lo (poco) que ocurre en su interior: reflejan el sol. Y si no hay sol, ponen unos potentes reflectores que impiden la visión. Si se apagan para colaborar con el Día del Planeta, uno sospecha que es para que no los bombardeen, que era lo que se solía hacer durante la guerra mundial que vivió Europa (?) el siglo pasado cuando rugían los Messerschmitt o los Spitfire sobre Inglaterra o Alemania. No tienen que preocuparse, jefes: el Pórtico de la Gloria sufre un bombardeo interior que no salpica tan lejos. Los andamios de la restauración son sólidos -¿quién lo duda?- y cumplen todas las normas de seguridad -¡cómo no!- pero habrá que desmontarlos para que Ratzinger no entre bajo un palio industrial cuando visite la catedral. Eso está bien, a simple vista, pero si le cae una gota en la frente procedente de la grieta que se abre en las alturas, ¿habrá quien diga que el Papa está sudando y le pase una toalla para secarle? No importa: irá lo suficientemente rápido como para que no le salgan algas en las orejas, que es lo que les está saliendo a los santos y profetas del Pórtico. Un jefe de Estado (un Papa lo es del Vaticano) siempre tiene prisa.

La paradójica ley de todos los sentimientos que tienen como base el terror es el motor del rápido crecimiento de la superstición. Los presupuestos y los discursos son, aunque a Ratzinger le duela, la nueva superchería que él ayuda a mantener. Si el Pórtico de la Gloria (¡qué ironía tal nombre!) se hunde, todo lo demás estará a salvo. Y sí, lo estará, pero durante bastante menos tiempo. Decía Poe (en traducción de Julio Cortázar): "Había muchos libros e instrumentos musicales en desorden, que no lograban dar ninguna vitalidad a la escena". ¿Vio la entrada de Benedicto XVI en la catedral de Compostela en 2010 hace más de siglo y medio? Porque, si no, no se explica una descripción tan precisa de lo que va a pasar con la visita pontificia. Ninguno de los instrumentos del Pórtico va a sonar, ninguno de los pergaminos va a ser leído. (La sonrisa de Daniel mirando a Esther será ignorada por lasciva, ¡qué le vamos a hacer!) La Casa Usher se resigna ante su hundimiento. Y no será porque no tuvieran oportunidad, porque no tuvieran espacio. "Grande era la decoloración producida por el tiempo", insiste Allan Poe. ¿Pero qué es lo que se metía este hombre para adivinar lo que pasaría en Galicia tanto tiempo después de su muerte? Menos mal que no se le ocurrió escribir que la garra de Gelmírez agarraría el tobillo de Herr Joseph para pedirle que dejen de tocarle los cojones con tanto andamio, tanto condumio y tanto pandemónium...

Pobre Maestro Mateo y ay de nosotros. Empecemos a rezar. Las piedras grises de la casa de nuestros antepasados tienen grietas y dejan pasar la humedad asesina. Apártense: la Casa Usher se hunde.

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