Una hora a media luz
Los monumentos se quedan a oscuras en una ciudad que olvida 'La hora del Planeta'
Javier y Rocío se casaron ayer. Al borde de las ocho y media de la tarde estaban, tan felices, posando sobre el césped de la glorieta de la Puerta de Alcalá. Que si de este lado, que si mirad allí... Y entonces, puf. El monumento se apagó. Todo se quedó a oscuras. "Menos mal que nos ha dado tiempo de acabar", resopló el cámara que retrataba a la pareja. Y se volvieron a subir a los coches, camino de la fiesta. Empezaba La hora del Planeta 2010, una iniciativa de la organización ecologista WWF que ayer dejó a oscuras monumentos como la Cibeles, el palacio Real o el de Linares en la capital. El mayor movimiento global contra el cambio climático unió a Madrid con ciudades de todo el mundo: la Puerta de Brandeburgo, el Empire State, el Burj Jalifa de Dubai... Todos a oscuras. El lema era: "Apaga la luz, enciende el planeta".
La fiesta empezó mucho antes, en el parque del Retiro, con una carrera popular y una fiesta infantil. Allí estaba Javier, informático, tratando de explicar el porqué de esos 60 minutos de oscuridad simbólica: "La cumbre de Copenhague ha sido un bluf. Papel mojado. Esto no sirve de mucho, pero los que mandan tienen que ver que no nos rendimos". A pesar de sus siete años, Salma también tenía claro de qué iba aquello: "Tenemos que gastar menos", decía seria. De fondo se oía la banda sonora oficial del evento: "Ay, Madre Tierra / que nos albergas, / mamá gigante / que nos alimentas, / no te canses, por favor, / todavía no".
Madrid se quedó a oscuras ayer, pero poco. Los edificios emblemáticos apagaron; el resto, no. Se hacía raro ver en penumbra la Cibeles, el Ayuntamiento, la Casa de América, el edificio Metrópolis... Pero más allá, siguiendo el trayecto de la línea 2 de autobús, la Gran Vía parecía estar como siempre: en plena tarde de un sábado de compras. Las tiendas, abarrotadas como de costumbre, mostraban sus escaparates rutilantes. Lo mismo en las cafeterías y los restaurantes. Entre tanto rótulo fulgente (los teatros de musicales, el cine Capitol...) casi desentonaba la fachada sombría del edificio Telefónica. De poco sirvió que el anuncio luminoso de Schweppes en el edificio Carrión estuviera apagado, como la botella de la esquina de San Bernardo. Llegado a la plaza de España, el conductor del autobús no se había dado por enterado. "Ah, ¿pero lo del apagón era hoy?". Y sentenció, meneando la cabeza: "Si es que estamos poco concienciados...".
Se suponía que muchas empresas se iban a sumar al apagón. El Corte Inglés, por ejemplo, pero la fachada del edificio de Princesa estaba encendida. Como la del hotel NH de Alberto Aguilera. En las tiendas ponían cara de perplejidad al oír lo de la hora del planeta. "No me han dicho nada, pero sólo quedan 20 minutos para que cerremos. Luego ya se queda todo a oscuras", se excusaba una dependienta de Salvador Bachiller. Desde fuera, las ventanas encendidas en los edificios no indicaban que nadie se hubiera pasado a las velas. En el bar Gaspar 33, en la calle de la Palma, la luz tenue llevaba a engaño. "Siempre tenemos las lámparas así. El año pasado lo seguimos. ¿Era hoy? ¿Hasta las nueve y media?", preguntaba el camarero. "Estamos a tiempo, quedan cinco minutos". Él y Nezha lo apagan todo, para pasmo de la decena de clientes, que enseguida vuelven a sus cervezas como si nada. Por si acaso avisa: "A ver, que nadie se asuste. Que es la hora del planeta".
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