La lenta victoria de Barack Obama
La victoria de Obama ha sido trabajosa, lenta, obtenida con mucho esfuerzo y gracias a una obstinada fijación. Y ha sido mucho mayor porque también iban creciendo los obstáculos y la oposición a toda reforma del sistema de salud, hasta convertir la eventualidad de que el presidente mordiera el polvo en la bandera para arremolinar a las bases radicalizadas de un republicanismo todavía herido por la derrota de 2008. Queda mucho margen para calibrar la sustancia y los resultados de la reforma que dará acceso a la cobertura sanitaria a 32 millones de ciudadanos que carecían de ella. Habrá todo tipo de triquiñuelas para aplazar su aplicación o para impedirla, incluido el recurso a un Tribunal Supremo amoldado por las presidencias conservadoras. Y tardará en aplicarse en su integridad, cosa que no ocurrirá hasta 2014, al igual que la evaluación de sus efectos deberá esperar, según los expertos, hasta 2019 como muy pronto, cuando la presidencia de Obama -sea corta, hasta 2012, o larga, hasta 2016- será ya historia.
Pero el efecto político de la reforma, que quiere decir en la correlación de fuerzas del presente, es el de una victoria rotunda, por más moderada que sea la legislación aprobada y a pesar de los siete meses de retraso respecto a las previsiones iniciales de la Casa Blanca. Hasta ahora, esta presidencia se había caracterizado por la tensión entre la intensidad de sus discursos y la evanescencia de sus acciones. De ahí la importancia de la reforma del sistema de salud, que nos proporciona una hipótesis: Obama, además de convencer y cambiar las percepciones, también consigue modificar, aunque lentamente, la dura y antipática realidad. Escribo hipótesis por una razón: deberá suceder varias veces para que la teoría quede comprobada. Lo exige la teoría, pero lo más grave es que también lo exigen las elecciones de mitad de mandato de noviembre, en las que se renuevan un tercio del Senado y la entera Cámara de Representantes. Del resultado saldrán los márgenes de maniobra para los dos últimos años de su primer mandato: ya hemos visto qué estrechos son con su actual doble mayoría demócrata, hasta el punto de que la pérdida de un solo escaño senatorial estuvo a punto de hacer descarrilar su reforma sanitaria.
Para que le salgan las cosas rodadas, Obama debe seguir cosechando victorias en casa -en la economía y en la creación de puestos de trabajo sobre todo-, pero debe afirmar también su autoridad exterior, sometida a impugnación permanente en ese nuevo mundo multipolar donde surge de cada esquina la arrogancia de un nuevo agente global dispuesto a retar y declarar en declive a la superpotencia única. Y vista la larga fabricación de su primera victoria, quizá sirve para Obama la vieja máxima latina de Augusto, el emperador: festina lente (apresúrate lentamente).
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