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Columna
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Trololó, tralará, tragalá

Edward Anatolevich Hill es un cantante ruso. Bueno, ¿y qué?, no me dirá usted que va a contarnos la biografía de un desconocido cantante ruso, salvo que sea primo hermano de un tío suyo que fue un niño de Moscú y todo eso, que entonces, pase, aunque se ponga más moña que Los Pecos. Insisto: Edward Anatolevich Hill es un cantante ruso, de madre inglesa. Ya, ¿y qué?, que no le conozco, que supongo que habrá cantado los remeros del Volga (los bateleros del Volgota, decían Les Luthiers) y tendrá una voz profunda, de esas rusas, propias del coro del ejército soviético. Pues no, listillo, Edward Anatolevich Hill es mucho más importante que eso. A sus 60 años se ha convertido en el mejor resumen de la época trivial que nos invade. Puede usted aparcar las encuestas del CIS, las sesudas reflexiones de mi admirado Eduardo Punset, las magníficas novelas de Camus, el esplendoroso cine de Kurosawa, las preciosas creaciones de Serrat (¡pa? lante, Nano!), los impagables versos de Ángel González o las maravillas indescriptibles de Leo Messi. Déjelo todo al lado del cubo de la basura, sin reciclar ni nada, porque el nuevo resumen de la sociedad que estamos creado es Edward Anatolevich Hill y su canción conocida como Trololó, grabada en un horripilante vídeo cuando Edward Anatolevich Hill era poco más que un chaval maquillado, a falta de fotoshop.

El tal cantante ruso se ha convertido en la referencia de internet con más de cuatro millones de vistas de su vídeo en el que tararea (trololololololo, trolololo) una antigua canción rusa. Nada mejor para resumir la trivialidad que nos invade. La canción, convertida en himno de los internautas (no teman, ha habido cosas peores) no tiene letra, pero se titula Estoy muy contento por estar al fin de nuevo en casa. No me negarán que es el espejo de los tiempos. Pongan la televisión y verán a la generación Ni-ni, a Belén Esteban, a Mercedes Milá (más suelta que una perra en el monte), a Rajoy desconociendo a Jaume Matas (si, bueno, no, que diría Butragueño), a los políticos del PNV diciendo que han tomado medidas contra la corrupción y ya está, a los cantantes que no cantan, las telenovelas interminables, los curas pederastas con el Papa mirando para otro lado porque le ciega la luz del Bajísimo,... Sólo faltaba un himno y se lo ha hecho Edward Anatolevich Hill con su trololó, algo que no diga nada con un titular muy largo. Un trololó que en el fondo es un trágala de la imbecilidad que nos rodea, de la insoportable levedad del ser, de la falta de ideas, del imperio de la lengua sobre el cerebro, de las karmeles marchantes, chiquilicuatres y belenes estebanes que han ocupado el lugar de los Camus, Serrat, Jagger, Chaplin o Picasso. Esto es lo que hay. Y lo que hay ya tiene un himno: trolololololololo trolololo. Y, sin embargo, la nave va, aunque sea al abismo.

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