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Columna
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Despedidas

No falla. El final de la temporada de sidrerías suele coincidir con el inicio de la época de las despedidas de soltero/a. Como cantaba el desaparecido Freddie Mercury, "the show must go on". Y ya lo creo que el espectáculo continúa. Es imposible que los participantes en tan ancestral rito iniciático pasen desapercibidos. De hecho, se convierten en parte ineludible del paisaje de los sábados en cualquier zona de poteo o de copas de las grandes ciudades. Tampoco es raro encontrárselos en aeropuertos o en remotos jatetxes perdidos en el monte.

El fenómeno debe de ser internacional. No hace mucho que las pantallas acogieron la proyección de la película Resacón en Las Vegas, cuyos protagonistas vivían una irrepetible noche de drogas, sexo y rock and roll en la urbe de los casinos, con cameo de Mike Tyson incluido, para festejar el inminente matrimonio de uno de ellos.

En nuestro entorno cercano, Logroño se ha convertido en uno de los principales centros de peregrinación para quienes desean contagiar su alegría por dejar de ser célibes. La parafernalia es por todos conocida. En las chicas, la diadema en forma de pene es un complemento imprescindible. En los chicos, el disfraz siempre hace referencia a la hipertrofia fálica.

Lo que en un primer momento fue un elemento colorista parece haberse transformado en una molestia y, tras soportar una media de veinte despedidas por fin de semana, los hosteleros de Laurel -la popular calle de los vinos de la capital riojana- decidieron hace ya algún tiempo no servir a los cofrades de estas juergas, y así lo siguen anunciando en la entrada de sus establecimientos. Dicen que los bares han sido escenario de todo tipo de desmesuras, desde quien hizo un streaptease subido a una barrica hasta el que dejó un bonito recuerdo en el local en forma de vomitona.

¡Qué tiempos aquéllos en los que el único trance al que se sometía al futuro marido por parte de sus amigos era la inocente degustación de un vaso de leche con una yema de huevo y un plátano!

La última moda es recurrir a empresas especializadas en la organización de esta clase de eventos. Como ya sólo los muy sosos se conforman únicamente con la cena, la oferta incluye todas las "diversiones" que uno pueda imaginar. A fin de cuentas, el personal está deseando que le aligeren el bolsillo.

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Una de estas compañías dispone de una carta de actividades capaz de agotar al más hiperactivo: karts, paintball, capeas, spa, visita a bodegas, quads, hípica o vuelos en avioneta. Una emocionantísima capea de hora y media, con cinco becerros, más una comida batallera puede salir por el módico precio de 55 euros por persona. Para hacer la digestión, qué mejor que un paseo en quad a 70 euros o una partidita de paintball a 30 euros por barba. ¿Quien dijo crisis? Un día es un día, pero seguro que más de uno, por no tener que disfrutar de semejante homenaje, se lo piensa dos veces antes de casarse.

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