Zapatero y Montilla, en apoyo mutuo
Mientras CiU insiste día sí día también en el que el Gobierno español "no cumple" con Cataluña, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero dosifica su presencia en la capital catalana de manera que coincida con cumplimientos de gran significación política y económica. Está por ver si esto bastará para recomponer el crédito del propio Zapatero entre un electorado socialista que los sondeos describen ahora mismo como muy desmotivado.
Las dos últimas visitas presidenciales marcan hitos muy relevantes. La de ayer obedecía a la puesta en marcha en Cerdanyola del Vallès de una gran infraestructura científica de primera magnitud, el sincrotrón Alba. La anterior, en junio, había sido para inaugurar la nueva terminal del aeropuerto de El Prat, la T-1. A estas visitas cabe añadir que en aplicación del nuevo Estatuto de Autonomía, el Gobierno de Zapatero ha dado también satisfacción en los últimos meses a algunas viejas reclamaciones catalanas: la reforma de la financiación autonómica, el traspaso a la Generalitat de la gestión de los servicios de Cercanías de Renfe en Barcelona y de la Inspección de Trabajo y la concesión de permisos de trabajo a extranjeros. A las decisiones positivas para Cataluña hay que sumar, además, el desbloqueo de la estación del AVE de la Sagrera y el reciente arranque en Barcelona de la Secretaría de la Unión para el Mediterráneo. En la lista de espera queda la resolución de la pugna por la gestión del aeropuerto de Barcelona.
Ambos presidentes necesitan conectar de nuevo con su base social y electoral, desalentada por los estragos de la crisis
Tan cierto como todo esto es, sin embargo, que han pasado nada menos que nueve meses entre esta visita de Zapatero y la anterior. Mucho tiempo, si se tiene en cuenta que, al fin y al cabo, Cataluña y Andalucía son las dos grandes proveedoras de votos para el socialismo hispano en las elecciones legislativas.
Tan dilatado lapso de tiempo sin poner los pies en Cataluña parece obedecer a que las relaciones entre el presidente del Gobierno y líder del PSOE con el presidente de la Generalitat y primer secretario del PSC, José Montilla, se desarrollan en un clima enrarecido por las contradictorias posiciones de ambos respecto al partido de la derecha nacionalista catalana, Convergència i Unió (CiU). Zapatero sueña con los votos de CiU en las Cortes para apuntalar su precaria mayoría parlamentaria. Para Montilla, en cambio, CiU es el rival que amenaza con enviar al PSC a calentar de nuevo los bancos de la oposición en la Generalitat. Para Zapatero, CiU es el socio deseado, la derecha moderada cuyo concurso contribuiría a mantener aislado al PP montaraz. Para Montilla, CiU es el otro polo de un esquema de alternancia en el eje derecha-izquierda en la Generalitat al que no quiere renunciar.
No parece que Zapatero y Montilla vayan a modificar sus respectivas posiciones en un asunto que, en definitiva, depende de la aritmética electoral y parlamentaria que les condiciona. La información disponible ayer por la tarde apunta más bien a que ambos asumen que no les queda otro remedio que acomodarse a la persistencia de este conflicto de intereses políticos. Al menos hasta las elecciones autonómicas del próximo otoño. Luego ya se verá.
El mensaje lanzado ayer por Zapatero y Montilla al poner en marcha una costosísima inversión en tecnología punta aportada al 50% por ambos gobiernos es, precisamente, que la colaboración entre ellos es una buena receta, que responde al viejo esquema que tantos frutos ha dado a los socialistas cuando la han aplicado: lo que es bueno para Cataluña es bueno para España.
La colaboración entre gobiernos es, al fin y al cabo, una exigencia ineludible en un país con tres niveles de Administración, en el que las comunidades autónomas realizan la mitad del gasto público. Por si esto no bastara, la experiencia demuestra que una buena sintonía entre el socialismo español y el catalán está en la base de los éxitos de ambos. Zapatero llevaba nueve meses sin dejarse ver por Cataluña, pero los estragos causados por la crisis económica, en particular la masiva destrucción de puestos de trabajo, traducidos en desaliento entre sus bases sociales, le aconsejan conectar de nuevo con ellas, de la mano de un Montilla que será el primer líder socialista en someterse a la prueba de las urnas.
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