"Siempre he sido un tío sensato"
Alfaro, el jugador más expulsado de la Liga, se estrena en el Pontevedra como técnico
No es preciso ponerse espinilleras para charlar con Pablo Alfaro. Ningún futbolista de la Liga ha sido expulsado más veces, 18 por tarjeta roja y 10 más por dos amarillas, pero en la corta distancia ya sólo marca terreno con su capacidad para desgranar vivencias. A partir de ahí asume pecados y se defiende: "Cometí errores puntuales, pero era un buen deportista. Duro, sí, pero jugaba en una zona en la que tenía que hacerme respetar".
De personalidad poliédrica, tres años después de colgar las botas se ha preparado para asumir casi cualquier puesto en un club de fútbol, desde director deportivo hasta jefe de los servicios médicos, pero ha elegido el más frágil y en un destino tan poco amable como la Segunda B. Lleva cuatro meses en el banquillo del Pontevedra, su primera experiencia en los banquillos, un camino que ha rectificado porque su primer trabajo tras colgar las botas fue en el Sevilla en un puesto en el que no cuajó, coordinador de fútbol profesional, una especie de nexo entre los despachos y la caseta.
Estudia medicina deportiva, da clases en la federación y tiene una empresa
Mientras entrena en Galicia prepara las últimas asignaturas de Medicina Deportiva en Cádiz, imparte clases en el curso de Dirección Deportiva que organiza la Federación Española de Fútbol en Las Rozas (Madrid) y, además, mantiene el vínculo societario con una empresa radicada en Sevilla que lleva al mundo de los negocios conceptos como la toma de decisiones o el liderazgo.
"Soy un culo inquieto", matiza. También, un ecléctico. Con Radomir Antic descubrió que podía ganarse la vida de corto, con 23 años descubrió a Johan Cruyff y con 30 a Joaquín Caparrós. En Mérida vivió un descenso por impagos. Se fue a Salónica, al Iraklis, y cuando llevaba tres días en Grecia recibió una llamada de Monchi. "En Sevilla es donde me quedaré a vivir, pero lo que soy lo aprendí en todos los sitios donde estuve, aunque con Cruyff tuve la sensación de que todo lo que me habían enseñado no servía. Era como otro deporte: nos defendíamos teniendo el balón y nunca se sufría".
Ahora maneja un vestuario que le recibió entre la expectación y la reverencia y al que ha llevado desde la mitad de la tabla a los puestos de la promoción a Segunda. "Fui defensa y eso marca, pero siempre digo a mis jugadores que me divertía más haciendo vigilancia que achicando balones como un león", detalla. Por eso quiere la línea adelantada, jugar en campo rival. "No les perdono que no se atrevan porque siempre he sido un inconformista, pero tengo claro que en Segunda B hay que aunar aspectos competitivos y de formación. Tratamos con chicos que, incluso a este nivel, para su entorno son semidioses y eso hay que saberlo gestionar porque para ellos es fácil desviarse. Los futbolistas tienen muchos diablillos que pasan por delante", detalla.
A él también se le apareció algún Lucifer. La misma persona que hace unas jornadas dejó el banquillo para socorrer a un futbolista del Eibar que chorreaba sangre tras un encontronazo era la que años atrás pisaba con saña a Míchel Salgado. Dos días después de aquel episodio en el Bernabéu, era uno de los Reyes Magos en la cabalgata sevillana: "Metí la pata muchas veces y ésa fue una de ellas, pero fue una época en la que tuve acciones puntuales casi siempre contra el Madrid y por eso se amplificó todo. Me hace gracia cuando veo a los grandes quejándose de los arbitrajes. Los que se tienen que lamentar no tienen el altavoz para hacerlo porque siempre lo tienen los mismos". Al final, incluso tuvo un sentimiento de víctima. "Me vi señalado y tuve que cambiar mi modo de jugar. Empecé a acabar los partidos tras cometer una o dos faltas porque estaba marcado. Salía al campo, tenía una cámara detrás y los árbitros se fijaban más en mí. Pero he sido un tío sensato y tranquilo".
Pasan los años y el chaval estudioso al que sus padres, tozudos aragoneses de Zaragoza, impidieron dejar los estudios, el doctor con más de 18 años en Primera, ya no pelea por desmentir los estereotipos. "Convivo con ellos y ya casi llego a disfrutarlos. A Cardeñosa se le recuerda por el gol que falló, a Djukic por el penalti y a mí por dos o tres cositas". En Pontevedra muchos se alertaron con su llegada: "Pensaban que iba a matar abuelitas por la acera y luego se dieron cuenta de que soy una persona normal. Los mismos que antes me martilleaban me ven ahora como el abuelo Cebolleta y se sorprenden porque piensan que he cambiado, pero soy el mismo". Con ellos vive Alfaro una pasión difícil de explicar, la que le invita a dejar a su familia y reengancharse a la pelota, a soñar con una nueva vida en la que disfrute con canas de la misma ilusión que tenía de niño. Pero, si no la hubiera cumplido, tenía un plan b: "Habría sido ginecólogo".
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