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"Y tú, ¿qué le vas a dar a tu hijo?"

Dos hermanos de La Mina usan el deporte como elemento de integración

Es un niño. Ni siquiera tiene 11 años. Pero llega solo al gimnasio. Se abraza a su monitor, le da dos besos y se reúne con sus compañeros para iniciar una sesión de lucha grecorromana. Pocos minutos después, quien se acerca a Juan Carlos Ramos, 11 veces campeón de España de esta modalidad deportiva, es un joven que ronda los 20 años. Y repite el mismo protocolo. Es una rutina que se ha implantado en el club de grecorromana, que comenzó a funcionar en 2001 y que reúne ahora a más de 102 afiliados. Nada especial, si no fuera que todo eso se produce en un barrio tan marginal como el de La Mina.

Esa cordialidad no existe en sus casas. Muchos de los chicos y chicas que acuden al pabellón de la Zona Deportiva La Mina, actúan de una forma muy distinta ante sus padres o en la calle. Están acostumbrados a vivir en medio de la delincuencia, a compartir domicilio con familias absolutamente desestructuradas, con padres encarcelados y con madres drogadictas en ocasiones. El contexto vital en el que han crecido no tiene nada que ver con lo que se encuentran tanto en el club de grecorromana como en el taller de fútbol que coordina Francisco Ramos, hermano de Juan Carlos. Ellos dos, con un amplio grupo de colaboradores y el apoyo del Ayuntamiento de Sant Adrià de Besòs, han conseguido convertir el deporte en el elemento de integración más importante en su barrio, La Mina.

"Es cierto que hay casos extremos", reconoce Juan Carlos Ramos. "La Mina sigue siendo un barrio muy baqueteado. Pero el proceso de transformación urbanística ha sido increíble y, aunque a nivel social todo va más lento, las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Debemos quitarnos de encima el estigma de Perros callejeros, de la delincuencia, de las drogas. Porque la mayoría son gente trabajadora y honrada. Pero hay una minoría que delinque y sólo se habla de ellos".

Algo ha cambiado, sin duda. Pero La Mina tiene un índice de paro alarmante, del barrio sale únicamente un 1% de universitarios, tiene un índice de absentismo escolar del 50% en primaria y de más del 70% en secundaria. "Queremos sacar campeones deportivos de este barrio y convertirlos en referentes para los demás jóvenes", dice Juan Carlos, admirado y respetado en el barrio. "Les damos conceptos que no encuentran en sus familias. El ideario básico de la grecorromana es: respeta a tu compañero y cuídale porque, si no, no tendrás a nadie con quien entrenarte; le necesitas. Por tanto, debes preocuparte de su vida y si ves que se tuerce por las drogas o la delincuencia, intenta que no se pierda".

En un medio tan hostil, no resulta nada fácil. Muchas veces Juan Carlos y Francisco han debido enfrentarse a los padres de sus alumnos en defensa de los intereses de los niños. "¿Qué le estás enseñando a mi hijo?, ¿por qué lo estás cambiando?", les han amenazado a veces. "Y tú, ¿qué le vas a dar a tu hijo?", les responde Juan Carlos. "A mí no me gustaría un futuro de drogas y delincuencia. Aquí, al menos le enseñaremos una forma de vivir: disciplina, respeto, puntualidad, responsabilidad, higiene personal". Esta respuesta podría costarle muy cara a cualquier otro, pero no al campeón de grecorromana, porque saben que es del barrio, le conocen y no van a agredirle.

La pertenencia al club o a la escuela de fútbol acaba convirtiéndose en un elemento fundamental en las vidas de muchos jóvenes del barrio de La Mina. Pero mantenerles activos y evitar que se abandonen o que lo dejen es la principal obsesión de Juan Carlos y de Francisco. "En muchos casos debemos ordenar sus vidas", comenta Francisco, coordinador de instalaciones deportivas del margen derecho de Sant Adrià y fundador del taller de fútbol. "Les exigimos que estudien. Y si sacan buenas notas, les felicitamos. Muchos de ellos no tienen a quien enseñárselas. Si vemos que se comportan mal en la escuela, en casa o en la calle, les amenazamos con echarles del club, con no darles ropa, y les explicamos lo que puede ocurrirles si eligen el camino equivocado: 'Si haces eso, acabarás como aquél; tu familia hace cosas que tú no debes hacer'. Y reaccionan. Pero no siempre". Juan Carlos agrega: "Tengo una rabia dentro al ver a tantos futuros campeones que se han perdido. Algunos eran mucho mejores que yo".

Hay algunos casos increíbles. Una vez el club de grecorromana fue a competir a Francia. "Estuvimos conviviendo en un albergue los chicos, los padres, los monitores. Vimos a padres que ayudaban a vestir a sus hijos, que se preocupaban de levantarles por la mañana, de llevarles al pesaje. Algo que nunca habían hecho. Descubrieron que había otra vida fuera del barrio", cuenta Juan Carlos. En fútbol las experiencias son similares. "Nunca olvidaré a un chaval que vivía en barracas. Tenía el perfil clásico de una familia desestructurada. 'Si quieres jugar al fútbol, tendrás que ir a la escuela', le dije. Lo hizo. ¡Y acabó sacándose el graduado escolar! Era el mayor éxito al que podíamos aspirar".

Sin embargo, los dos hermanos quieren establecer una premisa fundamental: "No somos un centro de rehabilitación. Sólo podemos echar un cable a algunos chicos y a algunos padres. Pero al club de grecorromana y al taller de fútbol acude mucha gente sin problemas sociales, ni de drogas, ni nada". Juan Carlos y Francisco Ramos ya se van. Aparece un niño. "¿Y los zapatos?", pregunta. "Los tendrás cuando vengas a entrenarte el martes y el jueves", responde Juan Carlos. "¿Y eso cuándo es?". No sabe los días de la semana. "Apréndelos y ven". Un día después regresa. "Hoy es martes", dice. Recibe las zapatillas deportivas. El trabajo de Juan Carlos y Francisco continúa. Aún les queda un largo camino por recorrer.

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