El difícil camino de la recuperación
Tenemos en España una curiosa tendencia a discutir las tasas de variación del PIB como si su medición fuera una ciencia exacta. El retroceso de una décima en el último trimestre del pasado año cayó como un jarro de agua fría sobre las predicciones de algunos miembros del Gobierno en el sentido de que estábamos a punto de salir de la recesión puesto que esperaban un ligero incremento de la actividad. No fue así, por lo que no queda más remedio que esperar tiempos mejores.
En realidad, este tipo de cálculos tiene poco que ver con el análisis económico, tanto más en cuanto que la medida del PIB no permite hacer apuestas políticas de gran envergadura a la variación de una décima, entre otras cosas porque es bastante probable que las cuentas nacionales se hayan visto afectadas por el aumento de la economía sumergida que sin duda ha tenido lugar en los últimos meses. Lo más prudente es afirmar que la economía española está estancada y que continuará así durante algún tiempo, independientemente de que el PIB suba o baje alguna décima en el transcurso de los próximos trimestres.
Para crecer con equilibrio, sin excesiva deuda exterior, habrá que hacer nuestros productos más competitivos
El problema principal consiste en saber cómo y cuándo seremos capaces de superar el estancamiento actual, especialmente si tenemos en cuenta que la política presupuestaria será necesariamente restrictiva y que pocos estímulos podemos esperar ya de una política monetaria que ha llegado al límite de su permisividad.
La economía española ha tenido que hacer frente a dos crisis simultáneas: la financiera, compartida con el resto del mundo, y la de la construcción, de una intensidad mayor que la registrada en los países que, como Irlanda, también han tenido que hacer frente a ella. La consecuencia de las dos crisis se ha reflejado en las cuentas públicas, que han pasado de un excedente del 1,9% del PIB en 2007 a un déficit del 11,4% en 2009, es decir, un deterioro de más de 13 puntos, frente a una variación de algo menos de 6 puntos para el conjunto de la zona euro. Ahora hay que volver, antes de finales de 2012, al 3% asumido en Maastricht, lo que implica una política presupuestaria fuertemente restrictiva.
Tampoco ayudará la política monetaria, que ha llegado a su límite. Los tipos de interés en los próximos años ya no podrán bajar más y su movimiento sólo podrá ser al alza desde el nivel actual, muy bajo desde una perspectiva histórica. El efecto de una subida de tipos de interés será mucho más importante para España que para los otros países de la zona del euro, esencialmente por la indiciación de la práctica totalidad de los créditos hipotecarios y de buena parte de la deuda de las empresas, que hace que la economía española sea muy sensible a las decisiones de política monetaria. No se trata de una perspectiva halagüeña, pero no hay otra.
La recuperación de una tasa de crecimiento que permita la creación de empleo depende de la demanda interna y de la externa de la economía. Por lo que se refiere a la primera, los resultados de la segunda mitad de 2009 son relativamente alentadores, ya que tanto el consumo privado como la inversión en bienes de equipo crecieron, al menos en el último trimestre, de manera significativa. A pesar de ello, la caída de la inversión en el sector de la construcción hizo que el conjunto de la demanda interna siguiera cayendo.
Para el conjunto del año, la demanda externa contribuyó positivamente al crecimiento, si bien la aportación vino de una menor caída de las exportaciones que de las importaciones. Sin embargo, si consideramos sólo el último trimestre, las importaciones de mercancías crecieron más que las exportaciones. Y aunque un solo dato no puede ser representativo de una tendencia, lo sucedido en el último trimestre pone de relieve uno de los problemas básicos de nuestra economía, que no es otro que el de la competitividad.
El comportamiento relativamente favorable de las exportaciones a lo largo de la crisis se debió, en buena medida, a la fuerte caída de la demanda interna, mucho mayor que en los países de nuestro entorno, con la consecuencia de obligar a las empresas a buscar en los mercados internacionales una demanda que no encontraban en España. La cuestión consiste ahora en saber si serán capaces de conservar los avances conseguidos.
La respuesta a esta última cuestión no es clara. Los datos relativos a la evolución de las cuotas de mercado de los miembros de la OCDE a lo largo de la pasada década muestran un grupo de países que han perdido cuotas importantes, entre los que se encuentran Francia y, sobre todo, Italia (más de un 20%); otros, como España, el Reino Unido o Estados Unidos, que han perdido en torno al 10%; los nórdicos, que apenas han perdido cuota, y, por último, los que la han ganado, entre los que se encuentran Alemania, Corea y, muy especialmente, China, que casi la ha triplicado.
Son unos resultados que permiten albergar alguna esperanza. Para consolidarlos y para que nuestra economía sea capaz de crecer equilibradamente, es decir, sin recurrir de manera excesiva al endeudamiento exterior, habrá que incrementar la competitividad de nuestros productos, lo cual dista mucho de ser sencillo y requiere además tiempo y reformas. La magnitud del déficit exterior a lo largo de la pasada década nos ha dejado como herencia un fuerte endeudamiento, esencialmente privado, al que ahora hay que hacer frente en circunstancias difíciles.
No hay que olvidar que el año pasado se cerró con un déficit corriente del 5,1% del PIB, notablemente inferior al del ejercicio 2008, pero déficit al fin y al cabo, por lo que el endeudamiento exterior siguió creciendo, si bien esta vez fue la deuda pública la que tomó el relevo de la deuda privada en la financiación del déficit exterior.
Antes o después habrá que enfrentarse con los problemas de fondo de nuestra economía. En el corto plazo no hay mucho que hacer salvo sanear las cuentas públicas y tratar de paliar los problemas que sin duda van a presentarse, pero se puede hacer mucho para mejorar la competitividad de nuestra economía a medio y largo plazo.
Para conseguir este objetivo, tanto la mayoría de los analistas como los organismos internacionales nos recuerdan, en cada uno de sus informes, que hay que llevar a cabo reformas profundas en el funcionamiento del mercado del trabajo y en la educación, pero hasta ahora el Gobierno ha hecho oídos sordos a sus recomendaciones.
José Luis Leal fue ministro de Economía y presidente de la Asociación Española de Banca Privada.
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