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Columna
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Zafios

Francesc Valls

La entrevista que Mònica Terribas hizo al presidente de la Generalitat en TV-3 ha resultado polémica. La directora del canal catalán fue incisiva y cortante en exceso con un José Montilla que se sometió estoicamente a sus preguntas. Son signos de los tiempos. En un ejercicio de ucronía, ¿quién es capaz de imaginar a un Jordi Pujol sometido a un martirologio periodístico de esta intensidad en un medio público?

Muchas cosas han cambiado en Cataluña, para bien y para mal, según gustos. El fin del pujolismo ha hecho transparente la política. Ahora, si el rey va desnudo, además de verlo, todo el mundo se atreve a decirlo en voz alta. Y eso es bueno, aunque lleve en su aguijón el veneno del descrédito para la política y los políticos.

Sobre la entrevista de Terribas a Montilla, hay opiniones que no son críticas: son insultos y los firman personajes zafios

Durante la hegemonía de CiU, el fuego del poder era sagrado y, como tal, su misterio no era cognoscible para los mortales. El entonces presidente de la Generalitat administraba los tiempos, marcaba la agenda política con su indudable liderazgo y, desde luego, no hubiera dudado en ejecutar a quien desde un medio público hubiera osado emular el pressing periodístico de la agresiva Terribas del pasado lunes. Como el episodio jamás llegó a plantearse, quedará el terreno literario abonado para quien se aventure en la ciencia ficción.

Es evidente que la situación actual es hija de la victoria de las izquierdas. En 2003, el tripartito devolvió el fuego a los hombres y con ello el poder perdió su halo sacro devotamente alimentado durante 23 años. Se democratizaron las estructuras de los medios públicos y quedó constancia de la pluralidad y, al tiempo, de la flaqueza del Gobierno de izquierdas. Aprendimos entonces que una de las virtudes del tripartito es su mayor debilidad: su transparencia era su fragilidad. Ningún consejero de la era de Pujol recibió de los medios públicos el trato dispensado ahora a los de los ejecutivos tripartitos. Las vísceras del Gobierno no eran sometidas al microscopio como lo son ahora, a veces con ensañamiento. Ha valido la pena, porque los aires que se respiran son distintos. Hay más libertad en los medios públicos. ¿Alguien se imagina un Polònia -o, mejor, un Lituània- en la era de Pujol? ¿Alguien puede visualizar que un imitador del fundador de Convergència hubiera aparecido en pantalla después de un mensaje del president, sin mediar advertencia? Pues eso mismo o asimilable ha sucedido con Montilla y sucedió con Maragall. La actividad controladora de los medios que antaño se ejercía desde los despachos del poder, ahora ha aflojado. Siempre hay quien juzgue, con razón o sin ella, que en TV- 3 o Catalunya Ràdio pervive una suerte de costra nacionalista.

Pero son puntos de vista que no llegan a ser asumidos oficialmente por sus propios partidos. Todo es opinable y queda en el estricto terreno del debate y la confrontación democrática. Luego hay otro género de opiniones que no son críticas: son insultos, los ha habido siempre, y los firman personajes zafios. Dos de ellos han dejado huella en Internet esta misma semana a propósito de la entrevista de marras. Es difícil apreciar quién ha hecho más merecimientos para la palma de oro, si el alto cargo socialista que insultó a Terribas por haber sido dura con el president o el periodista Salvador Sostres, que apeló a conocimientos personales de Terribas sobre el síndrome de Down para explicar el tratamiento, a su juicio misericordioso, que había dispensado a Montilla. El cargo socialista Miguel Ángel Martín, gerente del Instituto Metropolitano del Taxi, desde su plataforma personal en Facebook llamó "mal follada" a la directora de TV-3 por su agresividad con Montilla. Unas horas después, retiró el comentario, lo tachó de machista, lo consideró "fruto de la ofuscación" y pidió perdón. En estos momentos se ignora si ha presentado su dimisión por manifestar en público una opinión que, a buen seguro, no se atrevería a mantener sobre un grupo de taxistas en huelga.

Lo de Sostres es patológico. A juicio de este liberal, integrante de la Fundación Catalunya Oberta, próxima a CDC, no hay ni que pedir disculpas. Dijo que el problema es que toda Cataluña no le entendió. Sí se le entendió todo. Él y su compañero accidental del taxi son rematadamente zafios.

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