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Columna
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El pecado

Manuel Rivas

El tribunal que delibera sobre la anulación de las escuchas telefónicas en el caso Gürtel ha ordenado a la policía un rastreo porque sospecha que está siendo, a su vez, sometido a escuchas. Si se descubren las segundas escuchas, es posible que tenga que reunirse una nueva instancia judicial, con el peligro de que sea sometida a una tercera dimensión de escuchas. Este episodio desmiente uno de los grandes tópicos que nos abruma en la historia. El español escucha. Y además, cuando es necesario, sabe escuchar. Ahí vemos un segundo tópico desmontado. El de la pereza tecnológica. El ¡que inventen ellos! Creo que, en general, existe poca autoestima y minusvaloramos a nuestros científicos, cineastas y hasta a los cocineros, pero también a nuestros truhanes. Hay que ver cómo bregan nuestros mangantes desde Suiza hasta las islas Caimán, con qué software de donaire se mueven por los paraísos fiscales, y sin un puto complejo. La novela criminal no la inventaron los norteamericanos, sino la narrativa picaresca y el Cervantes de Rinconete y Cortadillo, cuando Sevilla era una extraordinaria mezcla de casino de Montecarlo, la City londinense, Chinatown y el The wire de Baltimore. Es en la corrupción política, el pillaje de lo público, donde hemos contado con fenómenos de auténtica vanguardia. Luis Roldán, que ahora recupera la libertad, fue objeto de escarnio, quizás por la estética de sus gayumbos, pero no veo yo vulgaridad en un tipo que se fuga siendo director general de la Guardia Civil y es capaz de llegar a Laos sin que todavía se sepa del botín. Hurtarnos el caso Gürtel no sólo sería una estafa colectiva, sino un menosprecio profesional a Correa y compañía. Pero estamos en un país católico: en el pecado va la penitencia. Y como dijo uno de los implicados en la trama político-inmobiliaria-eclesiástica descubierta estos días en Galicia: "Tú súbele un pelín a las imágenes y que sea lo que Dios quiera".

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