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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Campo de batalla amoroso

La especialidad del tándem integrado por el director Miguel Ángel Lamata y el guionista -y ocasional actor- Miguel Ángel Aijón consiste en la barroquización autoconsciente de ese tipo de géneros ante los que la crítica suele, por lo general, arrugar la nariz: tras convertir la película de muertos vivientes en laberinto metaficcional en Una de zombis (2003) y enriquecer, con inesperada suntuosidad formal, los tonos de tebeo posunderground de Isi & Disi 2, alto voltaje (2006), ahora la emprenden con la comedia venérea posadolescente y el resultado es, de nuevo, anómalo, aunque quizá sea esta mutación, que oscila entre lo irritante y su reverso, su primera gran carta de triunfo comercial.

TENSIÓN SEXUAL NO RESUELTA

Dirección: Miguel Ángel Lamata.

Intérpretes: Fele Martínez, Salomé Jiménez, Miguel Ángel Muñoz, Amaia Salamanca, Adam Jeziersky.

Género: comedia. España, 2010.

Duración: 90 minutos.

En Tensión sexual no resuelta hay un plano que debería haber contenido el espíritu de la película -una navaja clavándose sobre la efigie del ex triunfito David Bustamante-, pero el conjunto se revela menos iconoclasta de lo que esta imagen promete. Sirviéndose de un ampuloso plano secuencia que pone de manifiesto el gusto del director por el exceso, la película se abre en clave de crónica de un despertar sexual para ir mudando la piel a golpe de giros de guión y piruetas estructurales: en sus mejores momentos, Tensión sexual no resuelta es una historia de estrategia militar sobre el campo de batalla de la guerra de sexos, con ecos, probablemente no premeditados, de los enredos lúbricos de una comedia de la Restauración inglesa o de las intrigas perversas de una novela libertina, con Las amistades peligrosas como posible modelo para (des)armar.

Lamata corre sus riesgos, pero no logra contener cierta tendencia al humor fácil - un personaje llamado Nardo, que propicia constantes referencias a su potencial priápico- ni se mantiene del todo a salvo de esa idea de la juventud que suele nutrir los arquetipos de algunas teleseries de producción nacional. Habrá, incluso, quien pueda sentirse tentado a sancionar como misóginos algunos aderezos de la trama, aunque la comedia acaba subrayando, de manera un tanto exasperada, su condición antirromántica y su desencantada disección del eterno pulso entre lo masculino y lo femenino. Las intervenciones de Joaquín Reyes y Santiago Segura, así como el aparente error de casting de Marianico el Corto como profesor de Escritura Creativa, aportan redentoras ráfagas de luz cómica a un conjunto más sofisticado de lo que parece y más amargo de lo que cabría esperar.

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