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Columna
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Zarazos de marzo

Julio Llamazares

Siempre me ha gustado esa expresión con la que denominan en mi provincia de origen, o por lo menos en algunas zonas de ella, a esas violentas rachas de viento y lluvia que acompañan habitualmente la transición del invierno a la primavera: zarazos de marzo.

La climatología es cíclica y el lenguaje así lo ha advertido por más que, de año en año, los hombres nos olvidemos de una y de otro, y creamos estar inaugurando el mundo de nuevo. Pasa con la climatología, pero también con otras manifestaciones. Y es que la egolatría humana lleva a pensar a cada generación que es a la que más cambios le ha sido dado vivir en la historia.

Y, sin embargo, vistos con perspectiva, éstos adquieren su auténtica dimensión, que no es la que parece, ni mucho menos, en el momento de producirse. Desde la perspectiva histórica, los cambios que, cuando sucedían, les parecían a los que los vivieron enormes e incomparables se convierten en pequeñas turbulencias (no hablo de las catástrofes, ni de las guerras, que no son cambios, sino pasos atrás en el desarrollo humano) sin mayor repercusión en la evolución del mundo. De aquí que resulte conmovedor observar cómo cada generación se cree la elegida por la historia de la misma manera en que cada persona piensa que está viviendo la época más interesante de ésta.

La egolatría humana lleva a pensar a cada generación que es la que más cambios ha vivido en la historia

Pienso esto un día de marzo en el que, como casi todos los de este mes, violentas rachas de viento y lluvia baten las calles de mi ciudad como si fueran a terminar con ella. Pero son cortas e intermitentes y en seguida dejan paso a momentos de tranquilidad presididos por el arco iris o por un sol lavado y limpio que anuncia la primavera que está al llegar. Y su visión me lleva a pensar en que nada de lo que nos sucede será tan trascendente finalmente como para pensar que el mundo vaya a cambiar a partir de ello.

Desde que tengo uso de razón, he vivido escuchando que cada año de los que vivo es el que más ha cambiado todo. Al año volvía a escuchar lo mismo y así sucesivamente hasta éste en el que estoy viviendo. En todos ha habido cambios trascendentales al decir de los periódicos y de las televisiones, aunque lo que yo percibo es que no cambia nada fundamental. Solamente la apariencia de las cosas, que continúan siendo las mismas, igual que nuestros problemas.

Si uno hace el ejercicio de consultar las primeras páginas de los periódicos o de revisar los archivos de las televisiones, verá que todos los años se han producido acontecimientos que creían decisivos en la evolución del mundo pero cuyo recuerdo apenas duró unos meses. Y es que en seguida se produjeron otros acontecimientos que eclipsaron a los anteriores como hacen los periódicos unos con otros todos los días. Así que considerar que lo que vivimos hoy es mucho más decisivo que lo que vivieron nuestros antepasados es tan ingenuo como presumir que lo que vivirán nuestros descendientes no tendrá el mismo interés por la sencilla razón de que nosotros ya no estaremos para presenciarlo.

Tanto a nivel personal como colectivo, a lo largo de su vida cada persona asiste a cientos de acontecimientos, de transformaciones de su realidad y de la realidad común, pero, en el fondo, la sustancia de vivir continúa siendo la misma que ya era en el origen de los hombres: nacer, crecer, subsistir material y espiritualmente, recordar y olvidar al mismo tiempo, acostumbrarse a las pérdidas y al envejecimiento, ir dejando la vida poco a poco. Por el camino, cada persona asistirá a todo tipo de cambios, desde los materiales a los sentimentales, pero en esencia la vida de cada uno es similar a las de los demás, tanto sus contemporáneos como los que le precedieron en el tiempo. Y es que la vida es una película que se repite continuamente por mucho que cambien las circunstancias y los acontecimientos de que se acompañan éstas.

Así las cosas, pensar que lo que nos sucede ahora (la globalización económica y de la información, la irrupción de Internet en la cristalería de las comunicaciones clásicas o la revolución tecnológica y del conocimiento que constituyen nuestro actual horizonte) es una quiebra en la existencia humana tan trascendental como irrepetible supone un gesto de ingenuidad, a la vez que de egolatría. Ni los cambios y avances tecnológicos, ni la globalización de la economía y la información, ni el desarrollo de determinadas ciencias, con todo lo que suponen para la evolución del hombre, van a modificar la esencia de nuestras vidas más allá de hacerlas más prolongadas y más intensas. Pero lo que de verdad importa, que es su sinsentido último, la fugacidad de la que se nutre y su nula huella, lo efímero de su realidad, seguirán atormentándonos y guiando nuestras actuaciones de la misma manera en que las estaciones seguirán sucediéndose año tras año a pesar de los zarazos de marzo y de cualquier mes.

Julio Llamazares es escritor.

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