Y Ceniciento se cansó de pasar el plumero
Un taller intenta revertir con cuentos los comportamientos sexistas
No se nace sabido. Por eso un niño de no más de cinco años enseña a su hermana pequeña cómo se corta con una espada la línea continua de la carretera. La niña aprende rápido y apuñala un par de veces a un paso de cebra. Luego se enfunda el sable de madera y ordena: "Vamos". También aprende rápido, a hacer café con una cafetera de juguete, un niño algo mayor. Satisfecho, se pasea por el bulevar de Salvador Allende de Alcobendas (104.100 habitantes) luciendo un delantal con manchas de vaca.
El juego de ayer consistía en revertir los papeles tradicionales en la relación hombre-mujer. O, aún mejor, en pulverizarlos: las niñas se batían a sablazos, echaban carreras o pasaban la fregona sin preguntarse si lo que les divertía era una actividad considerada de chicas o de chicos; los niños tampoco sentían vergüenza por confesar que jugar a planchar puede ser divertido. Y, en medio de todo ese cuestionamiento de los clichés discriminatorios, Cenicienta se convirtió en Ceniciento.
Una mujer puede ser albañil, explican en los talleres de profesiones
La actividad estrella del proyecto, denominado Aldea de la Igualdad y dirigido a niños de entre seis y doce años, era la "deconstrucción de cuentos", como la denomina la gerente del proyecto, Raquel Velázquez. Se resume en algo muy sencillo: una obra de teatro protagonizada por niños en la que el cuento se narra de otra manera, desnuda de sexismo, para que los niños asimilen la necesidad de cooperar en las labores domésticas, independientemente de su sexo. Por eso, el protagonista de la historia es Ceniciento, un chico al que sus hermanos y hermanas no ayudaban ni a lavar ni a hacer la comida. Hasta que un hada acabó fabricando unos pantalones que sólo le encajaran al verdadero príncipe o princesa del país, que evidentemente fue Ceniciento. Y, como primer mandato de su reinado, instauró que todos debían colaborar en las labores de la casa. A continuación, no sabemos si subió los impuestos a las clases medias, pero el entusiasmo que generó su primera medida entre los súbditos hace pensar que durante un tiempo gozó de gran popularidad en las encuestas.
"Hay que ayudar en casa", repetían como un mantra los niños al salir de la representación. El padre de Laura jugaba a hacer rabiar a su mujer: "Con uno que se ocupe de las cosas, ya vale", pero ésta no dejaba pasar los chistes: "Que no, Laura, que tienen que trabajar todos igual".
En lo bueno y en lo malo, parece que los niños habían asumido el principio de igualdad: Álvaro y Rocío, dos de los hermanos de Ceniciento compitieron durante toda la tarde a ver quién era el más gamberro. Saltaron sobre la moqueta rosa del recinto, corrieron... Los monitores se volvieron locos detrás de ellos en los juegos deportivos, en los que chicos y chicas competían juntos, lejos del tópico "los niños al fútbol, las niñas al voleibol". También hubo talleres de profesiones, en los que se explicaba que igual una mujer puede ser albañil que un hombre cajero. A Ceniciento, esos problemas le traían indiferente: para algo es miembro de la realeza.
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