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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Matrimonios y otros idilios difíciles

Manuel Rodríguez Rivero

Probablemente no tenía razón (o, de tenerla, quizás no debería haberlo expresado de modo tan categórico), pero reconózcanme que ningún comentarista cultural se atrevería hoy a producir unas declaraciones como éstas: "Los editores españoles se dividen en dos clases: los fabricantes de chorizos y los que editan lo justo para ir viviendo bastante bien, pero sin exagerar. Los primeros son los editores industriales y los segundos son los progres. El escritor les tiene sin cuidado a unos y a otros: los escritores son simples piezas en el engranaje grande o pequeño que lleva a un editor a ganarse la vida". La frase es de Manuel Vázquez Montalbán, y la he rescatado de Novela y cultura española de posguerra, de Fernando Álvarez Palacios, que publicó Cuadernos para el Diálogo en aquella prehistoria democrática y febril de 1975. A veces tengo la impresión de que, mutatis mutandis, las cosas no son ahora muy diferentes. Hay más editores progres -en sentido amplio- y los que se forran fabricando chorizos se han hecho más sofisticados e incluyen entre sus marcas de chacinería otras en las que sobreviven (con cierto margen de autonomía vigilada) gloriosos pedigrís. También los públicos han cambiado: bastantes libros del tipo de los que MVM consideraba "chorizos" figurarían hoy entre los considerados "best sellers de calidad", una taxonomía difusa en la que se incluyen muchas de esas novelas de género en las que parece haberse refugiado lo que en los ochenta llamábamos "narratividad". En 1975, MVM, que llegaría a públicos más amplios gracias a sus novelas (de género) de Carvalho, era ya un escritor muy conocido entre los progres, con un prestigio consolidado desde su irónico columnismo de trinchera (compruébese en su Obra periodística I, 1969-1973, edición de Francesc Salgado, Debate). Por aquellas fechas ya hacía un lustro que funcionaba Anagrama, una de esas editoriales "progres" que MVM tenía en mente. Sin embargo, nunca he creído, ni siquiera en mis peores momentos editoclastas, que a Jorge Herralde sus escritores le "tuvieran sin cuidado". En su larga historia de editor ha habido de todo, pero son mayoría las opiniones favorables de los autores por él publicados: sobre todo si no terminaron aceptando las (mejores) ofertas económicas de grandes grupos, y no se produjeron dolorosas rupturas para las que, sintomáticamente, suelen utilizarse metáforas conyugales. Un testimonio de peso -un elogio sincero con el que JH debería empapelar sus cuarteles de Pedró de la Creu- puede leerse en el epílogo-conferencia ('El escritor y el editor') de Por cuenta propia, un estupendo libro de artículos y ensayos literarios de Rafael Chirbes publicado precisamente por Anagrama. Chirbes, un escritor que, al contrario que MVM, no ha recurrido (hasta la fecha) a una agencia literaria para que le negocie las condiciones (lo que no deja de ser una bicoca para cualquier editor), resume su actitud en una sentencia tajante: "Del mismo modo que no soportaría que un editor me estafara, soportaría aún menos tener la impresión de que le obligo a pagarme por encima de lo que valen mis libros". Una declaración susceptible de interpretaciones, glosas y comentarios muy distintos según los diferentes umbrales de resistencia a la frustración de cada escritor y la acepción que prefieran del término "valor". En todo caso, Herralde, icono indiscutible (y con motivo: repasen ese increíble catálogo tan interminable como exigente) de esos nuevos editores "progres" dispuestos a ganarse la vida bastante bien "pero sin exagerar", ha sabido mantener a lo largo del tiempo una "escudería" (ojo: al conjunto de los escritores de un sello también se le ha llamado "cuadra") insólitamente fiel. Por supuesto hay sonadas excepciones. Pero no hay triunfo sin cicatrices. Felicidades sinceras desde aquí a Herralde, hoy que (aparentemente) no celebra ningún aniversario.

Escampando

Menos mal que la crisis ofrece (débiles) señales de ir a escampar. De seguir la cosa chunga, y a juzgar por el último globo sonda sobre el "contrato" ultrabasura para jóvenes trabajadores que soltó el inefable Díaz Ferrán, la siguiente de la CEOE podría ser la reivindicación (con el noble propósito de crear empleo) de la mano de obra esclava. En todo caso, señales de que se reactiva el mercado existen, al menos a juzgar por la montaña de novedades puestas en circulación por las editoriales españolas tras la breve tregua posnavideña. Contemplo estupefacto las pilas de libros que ponen a prueba la resistencia de la mesa del comedor (las otras ya están llenas) y me viene a la cabeza, recurrente, la pregunta que se hacía el siempre sugerente Miguel Morey en un artículo de hace trece años: "¿Vale la pena leer una sola vez un libro que no merece ser leído dos veces?". Lo malo es que la respuesta sólo llega cuando ya no hay vuelta atrás. De entre las novedades de narrativa hay una que probablemente no leeré dos veces, pero que no lamento haberlo hecho al menos una: Buda Blues (Seix Barral), una novela sintomáticamente anti-establishment y anticapitalista (con su poquito de aliño de budismo) del colombiano Mario Mendoza. Y otra que leí hace ya mucho tiempo (en la traducción que hizo Méndez Herrera para Aguilar) y a la que vuelvo periódicamente: Nuestro amigo común, que me llega ahora en el odre nuevo (traducción de Damián Alou) de Mondadori. Estoy impaciente por (volver) a sumergirme en esa poderosa -y muy desoladora- historia de identidades falsas y anagnórisis sorprendentes construida en torno al poder corruptor del dinero, con el Támesis como telón (simbólico y real) de fondo. Obra tardía (y para muchos críticos contemporáneos fallida) de Charles Dickens, hoy nos habla con la autoridad de lo que ha conseguido derrotar al tiempo.

Transición

Seamos serios: ¿todavía se creen aquello de que la Transición fue un modélico ejemplo de cambio de régimen? Es curioso el modo en que las personas reamueblamos el pasado, incluso el que vivimos y cuyas consecuencias todavía se hacen sentir en nuestra vida colectiva. Mariano Sánchez Soler nos recuerda en La transición sangrienta (1975-1983) que los ocho años transcurridos entre la muerte del tirano y los crímenes del GAL están dominados por la apabullante presencia de la violencia política en la calle, en una terrible espiral de represión institucional, terrorismo antisistema y guerra sucia que se cobró 591 vidas humanas y miles de heridos. Desde los asesinatos de Montejurra a los del GAL; desde los secuestros y asesinatos selectivos llevados a cabo por ETA, los GRAPO y la extrema derecha hasta la violenta represión de multitudes que reclamaban con impaciencia sus libertades; desde la espeluznante matanza de Atocha a la intentona de Tejero y sus patrocinadores, la vida política de este país, que entonces se desprendía a duras penas de las lacras de una larguísima dictadura, fue todo menos idílica. El libro, que también establece un estremecedor balance de crímenes aún impunes y de silencios culposos e interesados, ha sido publicado por Península.

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