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No pudo hacer curas a Vilalta porque es mujer

Mokhtar Belmokhtar, uno de los jefes de Al Qaeda en cuyas manos están aún dos rehenes españoles, y Abdelhamid Abu Zeid, el terrorista en cuyo poder estaba el francés Pierre Camatte liberado el 23 de marzo, no tratan por igual a sus cautivos. De ahí que los rehenes catalanes Roque Pascual, Albert Vilalta y Alicia Gámez, que regresó el miércoles a Barcelona, hayan sido mejor tratados que Camatte, que fue amenazado de muerte, por ejemplo.

Cuando el pasado miércoles, Gámez afirmó en el aeropuerto de El Prat (Barcelona) que ella y sus compañeros habían sido tratados "con respeto, dentro de las duras limitaciones del desierto", no sufría síndrome de Estocolmo. No fueron maltratados.

Prueba de ello es que pudieron llamar por teléfono vía satélite a sus parientes en Barcelona, a los responsables de su ONG (Barcelona Acció Solidària) y hasta escribieron misivas a sus familiares, según explicó la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega.

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Una de esas cartas, probablemente dictada, está redactada en francés y recoge la exigencia de liberar a presos islamistas en Mauritania. Mustafá Chafi, el intermediario de Burkina Faso, se encargó de enviarlas a sus hogares en Barcelona.

Belmokhtar se preocupó también de que alguien que se presentó como médico visitara a Vilalta y de que éste recibiera medicamentos para curar las heridas provocadas por las tres balas que le atravesaron la pierna el día en que fueron secuestrados, el 29 de noviembre. El jefe de la katiba (célula) pidió también al intermediario que sus interlocutores españoles, del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), suministrasen a Roque Pascual medicinas para aliviar la hipertensión.

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Le llegaron de una marca made in Europe y Belmokhtar mostró su descontento. Le proporcionaron más tarde otras medicinas, fabricadas en un país musulmán, y las acogió de buen grado, pero fue entonces el rehén el que desconfió. Secuestradores y secuestrados compartían, además, la misma comida.

Gámez no fue separada de sus dos compañeros de la ONG Barcelona Acció Solidària, pero los terroristas eran remisos a que su contacto con los dos varones fuera estrecho, según indican fuentes del entorno de Gámez.

La mujer no podía hacer curas a Vilalta ni ayudarle a desplazarse por ser hombre. Ataviada con un hijab (pañuelo islámico), estaba incluso mal visto que participase en las conversaciones entre los varones, la única distracción en el desierto.

Quizá porque les incomodaba convivir con una mujer o porque quería hacer un gesto sin ceder en su reivindicación, Belmokhtar liberó a Gámez el domingo. Fue una puesta en libertad diferente de cuantas se han producido hasta ahora en Malí porque la caravana de todoterrenos recorrió cerca de 2.000 kilómetros, gran parte por el desierto, cruzando el país de norte a sur, pero evitando núcleos urbanos.

El miércoles llegó a la frontera con Burkina Faso, desde donde fue trasladada en helicóptero a Uagadugú. Sólo entonces, cuando vio a su hermano Germán y escuchó a personas que se dirigían a ella en castellano empezó a ser consciente de que estaba por fin, libre.

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