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Columna
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La invasión de las arañas

Por si acaso la época no se presentara enormemente fea, una poderosa moda en decoración infecta locales de copas, confiterías, recepciones y habitaciones de hotel, negocios de bisutería y cualesquiera otros espacios aptos para infundir miedo, pesimismo, confusión y delirios sin pasión.

Se trata de lo que se ha venido en llamar vinilos, que en nada tienen relación con el mundo del disco y sus coleccionistas melancólicos. Estos vinilos (presentes en miles de webs como la llamada significativamente My Vinilo. Creativewalldesign), son productos que se pegan -o apegan- en paredes y vidrios con el supuesto fin de crear ambientes barrocos, oníricos o victorianos, dicen, y con el resultado de enmarañar la vista, la mente y casi todo lo demás.

Para saber lo que será moda, basta observar lo que un momento anterior creemos feo

Estas pegatinas de vinilo, generalmente en forma de complejos exornos o arácnidos gigantes en blanco y negro, pueden reproducir algo parecido a arabescos, plantas enredadas, supercornucopias, lámparas o cabeceros de camas del siglo XVII, chimeneas de pega, motivos étnicos bajo cualquier combinación imaginable y hasta alusiones al oscurantismo cognitivo de las peores épocas.

Todo es falso, como es natural. Porque, en efecto, esta decoración de falacias no trata de engañar a nadie sobre la realidad de su trivialidad y, sobre todo, lo que es más importante, su acierto en el dibujo del mal gusto. Acaso, pues, no se entienda a primera vista que su propósito certero consiste en provocar desagrado puesto que tópicamente se conviene en que lo bonito vende y la birria no.

Sin embargo, más pronto que tarde se llega a interpretar fielmente esa moda, ya que para saber lo que será moda basta observar lo que un momento anterior creemos feo.

Este feo, además, posee el añadido de ser un feo angustioso como un gore en dos dimensiones, sin sangre acaso, pero con hectómetros de tinta china. ¿Influencia del indescifrable universo oriental? ¿Efecto de la crisis negra?

Si, como es más probable, la corriente se relaciona con la crisis, su origen habría de hallarse tanto en la perdurabilidad del fenómeno como en su deseo de arraigar en su seno, o en su cieno, como una inspiración estética y orientada a comunicarse con el máximo malestar ambiental.

Porque, en efecto, de hecho, estos profusos garabatos, cada vez más patentes, son como auténticos signos de una decadencia tratada no como un mal excepcional que perturba lo cotidiano sino como un mal cotidiano enemigo del bienestar.

Así, lo más característico de estos jeribeques es su arrogancia insufrible y la complacencia en el sufrimiento de su atormentada formación. Opresivos, agresivos, angustiosos, su posible deleite se relaciona con el disfrute de lo que los franceses llaman lo dégoûtant.

Lo bonito, lo armónico, el buen gusto quedan fuera de época mientras que lo feo, lo fachoso, el mal gusto se instala en el centro de la admiración y la comercialización.

Otras crisis anteriores trajeron el punk o el abject art. En este caso no se va tan lejos. Es decir, no se viaja hacia los márgenes o las sentinas sino que el fenómeno viene a instalarse en casa como una orgullosa negación de lo agradable. ¿Dormir plácidamente? ¿Tomar copas sin malos rollos? ¿Sentarse a la mesa y comer en paz?

Cualquiera de los factores que debieran propiciar sosiego son sustituidos por esta legión de arañas negras, tan quietas como trepadoras, tanto tatuajes como máscaras de lo real y lo irreal, simulaciones de amenazas o, quizás, amenazas ciertas que trenzadas con la crisis amargan la copulación, siembran el aire de malos espíritus y convierten, en fin, la realidad a secas, el paro a secas, en la funeraria lógica de lo peor.

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