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Columna
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Un debate sereno

El lehendakari López pidió recientemente que se abriera un debate sereno sobre el modelo tributario. "No podemos tener servicios suecos con impuestos africanos", aseguró. Pero sus palabras quizás exigen un contrapunto: por de pronto, calificar nuestros impuestos como africanos supone cierta audacia. No conocemos al detalle el régimen fiscal de la República de Níger, pero compararlo con el nuestro no es aceptable desde ningún punto de vista. Del mismo modo, comparar nuestros servicios con los suecos resulta bastante temerario. Aún recuerdo el bulto, del tamaño de una pelota de tenis, que le salió a un amigo en la garganta: consiguió cita para hacerse la biopsia mes y medio después. Para ser un servicio sueco, el retraso resultó mediterráneo.

Si el lehendakari indaga en su modelo favorito se llevará alguna sorpresa. En 1990, el Estado sueco acaparaba más del 70% del PIB nacional: casi todo lo existente pertenecía al poder público y casi nada a la ciudadanía. No había incentivos para progresar, ni posibilidad de que alguien se saltara el guión que el Estado tenía diseñado desde la cuna a la tumba. El sistema devino insostenible, la economía sueca se sumió en una profunda crisis y el Gobierno de Carl Bildt emprendió la reforma del sistema. La noticia de esa reforma se nos ha hurtado de forma interesada, lo que explica que el mito del modelo sueco permanezca intacto entre nosotros.

Hoy, el hospital privado más grande de Europa se encuentra en Estocolmo. El régimen del sector público sueco en modo alguno contempla los siderales privilegios del funcionariado latino. La sanidad y la enseñanza se gestionan mediante un sistema de cheques que el Estado entrega a los ciudadanos; estos eligen libremente escuela y centro sanitario, ya sea público o privado, lo cual obliga a que todos deban competir por ofrecer un buen servicio. Si el lehendakari plantea un debate sereno sobre el modelo sueco, tendría que empezar con los sindicatos (a riesgo de perder la serenidad seguidamente).

El lehendakari también hizo una alusión a la corresponsabilidad, eufemismo que persigue avanzar en el vaciado de los bolsillos ciudadanos. Pero hay otra forma de ser corresponsable: permitir que cada persona se haga cargo de su vida, de su salud, de su retiro y de sus hijos. Es imprescindible un sistema de ayudas públicas para las personas desfavorecidas, pero también es posible fomentar entre personas integradas y con empleo la autonomía patrimonial y la libre utilización de sus recursos, sin coacciones burocráticas. No me importaría liberar al lehendakari de la onerosa carga que le supone proteger mi vida y mi familia, pero tengo la impresión de que no está dispuesto a dejar de cuidarnos. Y es que el debate también podría abordar este asunto: la inagotable generosidad del gobernante, a cargo de los fondos de sus gobernados.

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