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Unos encantados, otros escandalizados

Mientras el Consell iniciaba ayer los trámites para convertir las corridas de toros y bous al carrer en BIC, los afectados, de un bando y de otro, arrojaron las primeras opiniones. El torero valenciano Enrique Ponce considera "genial y fantástico" que la Generalitat quiera proteger la lidia, informa Vicente Sobrino. "Es una consecuencia lógica ante el ataque que la fiesta está sufriendo por parte de alguna que otra comunidad", comentó el diestro en alusión a Cataluña, cuyo cámara regional escucha estos días voces a favor y en contra de la abolición del espectáculo taurino.

Ponce añadió que iniciativas como la del gobierno valenciano "aclararán términos que parecen algo confusos, porque una cosa es ser antitaurino y querer eliminar un bien cultural de este país y otra bien distinta es que no te gusten los toros pero dejes libertad para ir o no a la plaza".

En la misma línea, Santiago López, miembro de la empresa que gestiona el coso de la capital valenciana, apuntó que "se trata de una noticia sensacional que dará tranquilidad al mundo taurino de nuestra comunidad y que, además, respeta la identidad de una gran parte de los valencianos con la tauromaquia", algo que, según López, se demostrará cuando "la plaza se llene seis o siete días en la próxima feria de Fallas".

Arturo Pérez, responsable de la Asociación contra la Tortura y el Maltrato Animal, con sede en Alicante, suscribe la versión opuesta. "Es incomprensible", explicó ayer Pérez a este periódico, "que los políticos, que deberían tener cierta cultura, pretendan aupar un espectáculo sangriento a la categoría de Bien de Interés Cultural. Las nuevas generaciones no aceptan las corridas de toros, la lidia está en declive, sólo subsiste por las subvenciones que recibe del estado". Arturo Pérez comparó los argumentos de quienes están a favor de los toros, con los que defendía la clase política de principios del siglo XIX en cuanto a la abolición de la esclavitud: "Cuando en España se prohíbe la esclavitud en 1.806, decían que tener un esclavo en casa era una tradición, que el derecho de pernada [cuando los terratenientes tenían la costumbre de degustar a las esclavas que se iban a casar] era irrenunciable. Hablamos en ambos casos de una tradición de 250 años de antigüedad, no de una práctica milenaria".

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