Marruecos: impaciencias y larga duración
El país magrebí celebra en Granada su primera cumbre con la UE. En los últimos años, sus reformas democráticas se han estancado o hasta retrocedido. La descentralización le ofrece una nueva oportunidad
Marruecos se reunirá en su primera cumbre con la Unión Europea el próximo domingo, 7 de marzo. A un país como España, acostumbrado a mirar por encima del hombro a su vecino del sur (y con complejo y rabia de que Francia sea su referencia), le conviene no banalizar el hecho. La reunión consagra la voluntad de Marruecos de converger con el proyecto europeo. Todos sabemos la enorme distancia que todavía separa al país magrebí de Europa, es tan próximo en kilómetros y sueños como lejano en bienestar, mentalidades, estilos de vida y sobre todo, acceso a derechos. Pero lo que la cumbre celebra es el deseo de ciertas elites de Marruecos -y, probablemente, de millones de marroquíes- de sellar su destino con el de este mastodonte en construcción que es la Unión Europea. Quizás no sea un mal objetivo.
Aun aceptando que el ritmo de los cambios sea propio, éstos son escasos y poco consolidados
La fórmula de democracia con autonomías reforzaría la posición marroquí en el asunto del Sáhara
El tema de fondo de las reuniones que se celebrarán en Granada es el Estatuto Avanzado que hace poco más de un año otorgó la Comisión Europea a Marruecos. Se ha difundido mucho la idea de que dicho Estatuto es un reconocimiento a los avances efectuados por Marruecos para su anclaje en la órbita de Europa, avances económicos, políticos y sociales. Pero contra el Estatuto se han levantado voces críticas que consideran que Marruecos no es merecedor de esa consideración dado su atraso en el Índice de Desarrollo Humano (puesto 130) y los comportamientos torpes y rudos de los que el último ejemplo fue el caso Aminatu Haidar. Recuerdo que concluí un artículo en estas mismas páginas, en pleno ecuador de aquella crisis, preguntándome por el sentido de ofrecer ese Estatuto Avanzado si Marruecos se resiste a la convergencia con Europa en temas como la libertad de prensa y los derechos humanos.
Dos meses más tarde, resuelta esta particular crisis tras múltiples presiones internacionales, con un giro de 180° dado por las autoridades marroquíes y con un notorio desgaste de la imagen pública del país vecino, conviene reflexionar sobre lo que está en juego en la relación euro-marroquí.
¿Es acaso el Estatuto Avanzado un premio que la Unión Europea otorga al buen alumno Marruecos por haber hecho sus deberes? Si hacemos caso a lo escrito por algunos analistas de una u otra orilla del Estrecho de Gibraltar, se trata más bien de "la expresión de una voluntad política sin efectos jurídicos", de poco más de lo que ofrece la política de vecindad (Martín & Jaïdi). Pero hay, es cierto, ese punto simbólico de reconocimiento como algo positivo de las reformas que Marruecos ha emprendido para su integración en el espacio europeo, no limitándose a lo económico, aunque los efectos tangibles se estén haciendo esperar.
¿Avanza Marruecos para merecer el Estatuto Avanzado? Hay quienes -bien posicionados para opinar, como Bruno de Thomas, hasta hace poco embajador de la Comisión Europea en Rabat- creen que Marruecos se ha comprometido en un proceso de evolución democrática y apertura económica que hace del anclaje en Europa el corazón de su estrategia. Porque no hay que perder de vista que esta opción obliga a quien la adopta a entrar en una lógica de reformas estructurales que producirán -cierto que no para mañana- sus efectos sobre ese zócalo arcaico de su estructura, esa "realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar", en expresión de Fernand Braudel.
Es cierto que Marruecos va lento en los avances de su evolución democrática. Y son éstos -los escasos avances y los sonoros retrocesos- los más visibles desde el exterior, aquellos sobre los que al fin y al cabo se realiza la percepción cotidiana (interior y exterior) que construye las opiniones públicas.
Vuelvo a Braudel: "Nada hay más importante en el centro de la realidad social que esta viva e íntima oposición, infinitamente repetida, entre el instante y el tiempo lento en transcurrir". Jugando con esta oposición de tiempos, no puede comprenderse por qué los que deciden en Marruecos no saben explicar y transmitir con cuántas resistencias se está construyendo en el "tiempo largo" (tanto en el ámbito macroeconómico -control de la inflación, descenso de la deuda pública, mantenimiento de un cierto crecimiento sostenido- como en el de las relaciones humanas -promoción de una presencia más activa de la mujer en la sociedad y en la política, inversión en educación-), y no atajan prácticas -puntuales ciertamente, aunque insistentes- que afectan al "tiempo corto" y que son las que trascienden en los medios y acaban por construir, monopolizar y a veces tergiversar la imagen de marca -y la realidad- de Marruecos.
Hay, sin duda, hechos intolerables: el cierre de un periódico como Le Journal hebdomadaire, el acoso al que éste y otros medios informativos se han visto sometidos en los últimos años. Otros impresentables, como la desproporcionalidad y la arbitrariedad con que la justicia marroquí ha dirimido ciertas acusaciones de difamación como en el caso del periódico citado o de Economie & Entreprises, con multas millonarias que acaban con los periódicos y con sus promotores. Otros vergonzosos, como la existencia de presos de opinión (es el caso de Chakib El Khiary condenado a tres años por denunciar hechos de corrupción).
Uno recuerda aquellos tiempos del "buen rey" que se dedicaba a deshacer los entuertos que la justicia cometía. Me refiero, por ejemplo, al asunto Ali Lmrabet que terminó siendo amnistiado por Mohamed VI. Eso sí, cuando la bola de nieve de la arbitrariedad del caso ya había contribuido pesadamente a enturbiar la imagen de un Marruecos que por entonces quería vender los progresos del modernista estatuto de familia, la Mudawana. No creo que las amnistías reales sean el mejor antídoto contra la venalidad manifiesta a la que nos tiene acostumbrados la justicia de nuestro vecino, pero casi las echamos de menos.
No lo digo yo, lo dice el citado Bruno de Thomas, para quien "la reforma de la justicia es la próxima frontera, y si no se hace, la confianza no llegará como tampoco las inversiones extranjeras sin las que no habrá crecimiento". Lo extraño es que, como considera este funcionario europeo, el propio monarca considere dicha reforma como "la prioridad de las prioridades" y a la vez se tope con tantas resistencias para llevarse a cabo.
Tirones de orejas los da Europa: el presupuesto que la Comisión pretendía destinar a la reforma de la justicia en 2010 ha sido puesto a disposición de la agricultura, porque, a juicio de su responsable, "de nada sirve apoyar una reforma que no existe".
Justo es querer que esas reformas se materialicen de inmediato, como pretenden los que -dentro y fuera- critican que se otorgue a Marruecos este Estatuto de socio privilegiado de la Unión Europea. Pero ése no es el tempo de los cambios sociales, sobre todo cuando lo que se pretende es transformar una sociedad tan profundamente conservadora como la marroquí.
Y queda la gran asignatura pendiente, el asunto del Sáhara, al que no se sabe dar solución. Una consecuencia positiva para Marruecos del caso Aminatu fue el lanzamiento de un debate nacional sobre la reorganización territorial e identitaria del Estado promovido desde la Comisión Consultiva para la Regionalización.
Marruecos no debería perder la oportunidad refundadora que le brinda este ejercicio de autoanálisis que conduce el que fuera hasta hace poco embajador en Madrid, Omar Azziman. Sólo así podrá ganar algo del tiempo perdido en estos 35 años transcurridos desde que una revista como Lamalif, anunciadora de un Marruecos avanzado, advirtiera que sólo la democratización de Marruecos podría reforzar su posición internacional y servirle de su mejor argumento para convencer en este espinoso asunto sahariano.
Bernabé López García es catedrático de Historia Contemporánea del Islam en la UAM y miembro del Comité Averroes hispano-marroquí.
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