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Columna
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Elogio de la hormiga

Creo que con las pensiones pasa como con el planeta, y que abordar las dos cuestiones trenzadamente tiene sentido. En ambos casos lo que sucede es que se nos ha borrado el horizonte de futuro: la vista nos da para abarcar un tramo más de tiempo (dos o tres decenios), en unas condiciones parecidas a las de ahora, pero a partir de ahí dejamos de ver claro el paisaje, se lo traga la espesa niebla de los cálculos abstractos y las incertidumbres. En fin, que están, estamos, quienes por edad aún podemos confiar en que nos aguante un clima y un sistema de prestaciones sociales magullado pero reconocible; y están los otros, los que justo empiezan a vivir o a trabajar, y que sólo pueden saber que no saben nada o casi nada de lo que les espera: ni del alcance de la ruina de tesorería que vamos a heredarles, ni del aspecto del planeta que les va a quedar después de nuestro paso (basta con ver los temporales que nos están azotando para comprender lo en serio que el cambio climático se toma a sí mismo, aunque haya mucha gente y, peor, muchos dirigentes mundiales que aún no se lo crean o no lo asuman).

La buena salud de las pensiones y la del planeta necesitan lo mismo: que en cada etapa generacional se respete el equilibrio entre siembras y cosechas; que se recoja lo plantado ayer, sin olvidar plantar, en ese hueco de lo arrancado y en la debida proporción, para mañana. O por decirlo, desde la enseñanza de la fábula, el planeta y las pensiones necesitan que cada generación sea cigarra pero también hormiga. Y este equilibrio hace tiempo que se ha roto. Lo que un modelo de "desarrollo" voraz e insostenible le está haciendo al planeta y sus recursos se puede decir más alto (y seguramente la Naturaleza se va a encargar de hacerlo, multiplicando sus catástrofes) pero no más claro. Lo que el envejecimiento de la población impacta sobre o contra la caja de las pensiones tampoco necesita, para comprenderse, de un mapa. Lo que deben precisarse no son los diagnósticos sino los remedios, y me parece evidente que éstos pasan por cigarrear menos y hormiguear más. Por representarnos, en toda su crudeza, el invierno que les estamos preparando a las generaciones del futuro (que es mañana mismo); y multiplicar para ellas nuevas "despensas" de todo tipo: de bienes pero también de gestos; de reservas materiales pero también de actitudes, de esfuerzos de preservación y siembra_ y aquí encajaría el buen sentido de la prolongación de la vida laboral.

En las viejas interpretaciones de la fábula, la hormiga salía mal parada, caía mal. Las simpatías iban del otro lado. Para ahora ya sabemos que, a fuerza de comer y cantar y no prever, las cigarras pueden volverse devastadoras plagas de langostas y arrasar con el mundo conocido. Creo que una lectura auténticamente responsable de la historia pasa por represtigiar con urgencia a la hormiga, por insistir en la teoría de su elogio, en la práctica de su ejemplo de cultivo.

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