Una sobriedad deliberada

Tras su inauguración por el Ballet Flamenco de Andalucía, con un espectáculo que hay que calificar de formalmente suntuoso, a esta edición del Festival de Jerez llegó el primero de los estrenos anunciados, el de la bailaora María José Franco, cuya propuesta se situó en las antípodas del anterior. Por su extrema simplicidad y sobriedad -se suponen que deliberadas- la artista gaditana se situó en un terreno arriesgado, al recaer todo el protagonismo bailaor en su persona. Y hay que señalar que Franco está sobrada de oficio, ha pisado en muchas ocasiones las tablas del Villamarta como partenaire de otras figuras, y ha recorrido con solvencia otros escenarios de la cita jerezana.

Pero presentarse con obra propia en el ciclo principal es otra cosa, y puede que en su gran oportunidad le pudiera la responsabilidad. La tensión sufrida se hizo muy visible en el momento final, cuando la bailaora tuvo que corresponder al prolongado aplauso del público casi entre sollozos.

En su espectáculo, Franco quería reunir los vectores que han configurado su vida artística y personal. Su naturaleza gaditana y su oficio jerezano. El rumor de las olas frente a los tonos ocres de la tierra interior. Como única tramoya, unas sillas de anea que pueden simular un marino farallón o componer el espacio para una reunión. Para trasladarnos de un lugar a otro, un sencillo cuerpo de baile que no termina de encontrar sitio ni sentido. Por el contrario, sí que le acompaña una buena composición e interpretación musical, especialmente en los solos del joven Juan Manuel Moneo. El cante encuentra su referencia en el metal de Luis Moneo, pero pierde fuelle en la participación de El Pulga, muy desdibujado toda la noche.

La contribución de Carmen Grilo, por su parte, habría que calificarla de discreta. Con esos elementos, Franco entró a palo seco. Soleá por bulerías que apuntan detalles que no se confirman. Su salida por guajira se queda también un tanto a medias, como si todos esperásemos más. Tientos, tangos y una soléa en la que, por fin, se le empieza a ver más suelta, encadenando cada fase del baile y sin concederse apenas un desplante para recoger frutos. Con bata blanca y mantón afrontó la parte final por cantiñas y en homenaje a Chano Lobato. La historia se repite. Los momentos más plásticos y expresivos no terminan de otorgarnos la expansión esperada. En pocas palabras, hay mucha más María José Franco que la que presenciamos. Incluso con este mismo espectáculo.