Los señoritos
La semana pasada le hemos ganado dos batallas a la España torera, pinturera y olé. Tierno y Morodo se han toreado una nocturna mano a mano en Vista Alegre, mientras una bandera republicana pasaba su morado entre las sombras. Alfonso Domecq y su hijo, Alfonso Domecq asimismo (la insistencia es una forma de genealogía) han sido condenados por un juez de Málaga a un año de prisión.Esto es lo que, se dice pisar el terreno del toro. Nos van a meter un cornalón. Los Domecq, Alfonso Domecq senior y Alfonso Domecq junior, armaron la trapatiesta en la corrida goyesca de Ronda, el año 75, y parece que le metieron caña a un modesto representante de la autoridad. Ambos Domecq y el señor Arnús tienen que indemnizar con una pastizara a Juan Luis Hernández y Agustín García. En una novela de Valle-Inclán pasan cosas parecidas con los señoritos perdis de la sociedad isabelina. Los escritores pasan y los guardias se mueren o se jubilan, pero los señoritos andaluces, los señoritos de Bilbao o los señoritos madrileños son siempre los mismos. O sea, los señoritos.
Me lo dijo Manuel Barrios, en Sevilla, una vez que me llevó a almorzar a orillas del Guadalquivir:
-Estoy escribiendo Epitafio para un señorito.
-Es igual, Manolo. Los señoritos siempre durarán más que tú.
Wodehouse escribió una cosa que se llamaba Señoritos con botines. Los señoritos de la Europa con botines se han hecho ya socialdemócratas, pero los señoritos españoles, los últimos señoritos del mundo, siguen creyendo que España es una perpetua corrida goyesca y rondeña por la que ellos se pasean a caballo. Y no hablo para nada de los Domecq, claro, que yo en seguida me remonto de la anécdota a la categoría, que soy muy avispado. Hablo del señorito metafísicamente señorito, hablo de la señoritez en abstracto, como categoría mental y azote de guardias municipales y serenos, aquí en España.
Me lo explicaba Juan Van-Halen cuando íbamos juntos de ligue:
-Dice José. Antonio Primo de Rivera que el señorito es una degeneración del señor.
Pues haberse aplicado el cuento. El señorito español, andaluz, bilbaíno, madrileño o de Palencia, es el calavera de antaño, un Don Juan Tenorio affer-shave que, como diría Quevedo, trasnocha de día. Antes de la guerra, el señorito iba siempre a caballo y a caballo entraba en Lhardy a merendar. La revolución nacional sindicalista dijo que iba a acabar con los señoritos, pero sólo acabó con los caballos, que eran la parte noble del conjunto. El señorito sigue ahí, tan terne, siempre ecuestre, aunque vaya a pie.
En los años cincuenta hizo unos cursillos de cristiandad, para edificarse un poco espiritualmente y ponerse al día. Juan Fernández-Figueroa llevó a Eusebio García-Luengo a uno de aquellos cursillos, más que nada por ver, y Eusebio me contó que le daba mucha vergüenza levantarse a las siete de la mañana para cantar en grupo De colores.
Centauro de hombre y caballo o de hombre y siderúrgica, según que sea de Sevilla o de Bilbao, el señorito, mediados los sesenta, probó a hacerse del Opus, pero, en el Opus, si era de Bilbao le reprochaban las queridas y si era de Sevilla, le reprochaban el caballo. O sea, que se enfrió. Había que probar a sustituir el caballo por un telar sin lanzadera, pero ya no era lo mismo. El señorito español, en fin, anda un poco perdido y cualquier día se sube otra vez al caballo y se viene a la guerra democrática para pararla, como Ismael.
Los Domecq parece que se encontraban en la barrera y el guardia les reconvino. Falta de sentido histórico en el guardia, porque en España hay una clase que siempre ha visto los toros desde la barrera. Se dice que a los Domecq puede cogerles la amnistía. Por fin la amnistía va a servir para algo decente.
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