El trastero más elegante
La cúpula del Metrópolis, el primer edificio de la Gran Vía, es un almacén
¿Qué habrá dentro de la cúpula más famosa de Madrid? Uno se imagina un suntuoso despacho, una efectista sala de juntas, un rincón secreto de lujo y conspiración. Pero no.
Sobre el cartel de Metrópolis, la cúpula que sirve de puerta a la Gran Vía está llena de trastos. Una mesa de taller, botes de pintura, cajas que guardaron ordenadores, una manguera. Las paredes están desnudas, el suelo es de baldosa. Por fuera, el domo de pizarra tiene guirnaldas cubiertas con 30.000 panes de oro de 24 quilates. Por dentro, aloja el trastero mejor ubicado de la ciudad.
Al tejado del edificio Metrópolis se accede por una escalera trasera. Una pequeña puerta de madera conduce a una enorme terraza en forma de V (el edificio tiene 820 metros cuadrados de planta) que nunca se ha usado para nada, ni fiestas, ni cócteles... Es una pena, porque las vistas son alucinantes. De entrada, es el único lugar desde donde se le ve el trasero a la Victoria, la figura alada que corona el edificio desde 1977. Unos años antes, en 1972, la compañía de seguros Metrópolis compró el inmueble a la aseguradora La Unión y el Fénix, que lo había rematado con una escultura de su símbolo corporativo: un hombre joven, Ganímedes, sentado sobre un pájaro. Durante cerca de una hora, el 11 de octubre de 1977, la Victoria y el Fénix convivieron en la acera, cuando bajaron a uno para colocar a la otra. La Victoria pesaba casi el doble (tres toneladas) y era de bronce en vez de cobre. Mide cinco metros y uno de los encargados del mantenimiento del edificio recuerda que no le podía abarcar la cabeza con los brazos.
Hoy el edificio está andamiado. Los restauradores retocan algunos adornos de la recargada fachada, que tiene esculturas de Benlliure, Saint Marceux o Lambert. La idea era crear un edificio parisiense. Inspirada en el Plan Haussmann que transformó París, se abría en Madrid la Gran Vía, y su primer edificio hablaba francés. Para construirlo se derribaron cinco casas, incluida la del Ataúd, llamada así por la forma de su planta. La Unión y el Fénix convocó un concurso entre arquitectos franceses y españoles que ganaron los hermanos Jules y Reymond Fevrier, aunque luego se encargaría de la obra el español Luis Esteve quien aseguraba en 1906 en su petición de licencia al Ayuntamiento de Madrid que se seguiría "en todos los elementos componentes del edificio las reglas que aconseja la práctica del arte de construir". Que lo haría bien, vaya. Todo el asunto, solar incluido, salió por unos cuatro millones de pesetas.
El edificio, inaugurado en 1911, fue uno de los primeros de Madrid en usar hormigón armado. Sin embargo, el material que poco después revolucionaría la textura de la arquitectura contemporánea, se escondió por todos los medios. Por entonces, no era suficientemente elegante. "El magnífico edificio no acusa para nada en sus monumentales fachadas la parte grande que en él hay de hormigón armado", explicaba la revista Arquitectura Moderna en 1910, "habiéndose en consecuencia disimulado la existencia de este material para que su aspecto arquitectónico esté en armonía completa con el objetivo del edificio sin sacrificar la estética".
Desde 1988, seguros Metrópolis ha hecho cinco obras de restauración. Se ha limpiado la fachada (sus mayores enemigos, la polución y las palomas), cambiado algunas vidrieras (buscaron a los fabricantes originales, Maumejean), redorado la cúpula y colocado 205 focos de última generación. Los encargados de su mantenimiento son de los pocos que entran cada tanto en la desaprovechada cúpula, para, asomados a sus óculos, cambiar las bombillas fundidas.
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