Memoria íntima de los 100 partidos de Guardiola
Más allá de finales y títulos, el vestuario del Barça recuerda varios triunfos menores
El 5 de mayo de 2008, Joan Laporta comunicó a Josep Guardiola que sería el sustituto de Rijkaard en el banquillo del Barcelona, y el 17 de junio empezó a trabajar. Han pasado 20 meses y 4 días; 6 títulos y 100 partidos. Guardiola tiene la sensación de que todo ha ido muy rápido -"la temporada pasada jugamos muchos partidos, por eso he llegado tan pronto a los 100", dice-. La afición, empezando por el presidente, tiene la sensación de que ha sido maravilloso y el equipo no se quita de encima la idea de han sido partícipes de algo que perdurará en el tiempo.
La mirada pública atiende a escoger las finales o la victoria en el Bernabéu (2-6) como los momentos más importantes del año con la misma facilidad que en la intimidad del equipo, en el vestuario, el recuerdo de lo privado se torna muy selectivo y remite a triunfos menores. Por ejemplo: "Me quedo con su primera charla, cuando nos dijo que nos lo iba a perdonar todo menos que no nos esforzáramos", dice Iniesta.
Iniesta: "Dijo que nos perdonaría todo menos que no nos esforzáramos"
"Es difícil escoger un solo partido", tercia Guardiola. El técnico conviene que Abu Dabi fue especial por ser un título que el club no tenía, pero termina por escoger días menores: "La victoria en Gijón o la del Wisla de Cracovia fueron momentos importantísimos". "Es normal recordar Roma, Madrid o Valencia, porque no sólo ganamos. Jugamos muy bien", sostiene su mano derecha, Tito Vilanova, que personalmente se refiere a la semana entre el 24 de septiembre y el 1 de octubre de 2008 como inolvidable: "Ganábamos 2-0 al Betis, nos empataron y Gudjhonsen marcó casi al final. En Montjuïc marcamos el 1-2 casi en el último minuto y luego, en Donestk perdíamos hasta que salió Messi y le dimos la vuelta al partido. Pensé que si habían salido de aquella, saldrían de muchas más durante el año". Con el tiempo, aquella semana cobra mucha importancia. Pero Vilanova tampoco olvida la sensación que produjo eliminar al Bayern Múnich. "Estábamos en semifinales, entre los cuatro mejores de Europa y eso nos hizo mucha ilusión", dice.
Juan Carlos Unzué coincide plenamente con sus compañeros del staff, pero no puede olvidar una charla en marzo del año pasado. Cuando el equipo ya era elogiado por su forma de jugar y por cómo ganaba, llegaron tiempos de vacas flacas: derrota contra el Espanyol, empate en Lyon, derrota en el Calderón... Entonces, apareció Pep: "La charla fue magistral. Les dijo que creyeran en él, que le siguieran, que el líder era él y que no se preocuparan. En un momento en el que era posible que aparecieran dudas, abrió el paraguas". Luego, ante los medios, pidió: "Si las cosas van mal, disparadme a mí".
Carlos Naval, el delegado, no olvida la victoria en Pamplona -"nos empataron a dos, pero marcamos casi al final, en un campo embarrado, con El Sadar apretando"-. Manel Estiarte guarda en la retina la imagen del equipo lleno de barro en el vestuario del Málaga, después de ganar por 1-4, los ojos de Pep, por vez primera emocionados, tras ganar en el Camp Nou y la mirada orgullosa del técnico al contemplar el dolor del vestuario tras caer eliminado en la Copa del Rey contra el Sevilla.
Cien partidos dan para mucho. Para muchas miradas perdidas rascándose la cabeza buscando soluciones concretas a cualquier problemilla, para cambiarse de corbata según la competición o viajar siempre en el mismo asiento del avión -dice Guardiola que no es supersticioso, pero lo es- para repetir hasta la saciedad las palabras esfuerzo y trabajo, y sobre todo para seguir a rajatabla el consejo de Preciado, tras ganar en Gijón: "No hagas mucho caso a lo que digan, tómatelo con calma y disfruta. Si no, no vale la pena".
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