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PUES NO ESTOY MUY SEGURO | OPINIÓN
Columna
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El techo del Congreso de los Diputados

Juan Cruz

Uno de los espectáculos más atrayentes y misteriosos de la vida política española debe ser el techo del Congreso de los Diputados. Y no hay nadie que le saque más partido a la contemplación de esa bóveda que el líder de la oposición, Mariano Rajoy.

Dirán ustedes: ¿y qué hay ahí? Aparte de la huella de los disparos del 23-F, que son huellas digitales de la transición española, sin las cuales el ADN de lo que estamos viviendo no se entendería, ¿qué hay en el techo del Congreso de los Diputados?, preguntarán ustedes. Pues ahí debe haber un cóctel de inspiración e historia que da sombra y cobijo a lo mejor de la Patria. La gente va a verlo una vez al año, cuando abren las puertas del Congreso. Los diputados viven bajo ese techo; he ahí uno de sus privilegios: ver cada día qué les cuenta ese techo que es como el cielo de la Patria. Pero el que más lo aprovecha es Mariano Rajoy. ¿Y qué ve?

Ah, yo no lo sé. Pero me estuve fijando en el líder popular, mientras él se fijaba en el techo, cuando hablaba el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Decía algo Zapatero, y Rajoy levantaba la cabeza. Al techo. ¿Desdén, desinterés? En absoluto: miraba al techo, que es una manera como otra de concentrarse.

¿Qué veía? Probablemente veía lo que ve todo el mundo: las huellas de los disparos, lo que ven todos los visitantes que van al Congreso. Mirar es una manera de imaginar; no se puede imaginar sin contemplar; sólo los santos o los poetas miran hacia dentro mientras oyen. Los humanos normalmente constituidos, es decir, los que no somos ni santos ni poetas, tenemos que ver para oír. Y Mariano Rajoy mira al techo para escuchar a su principal adversario político. ¿Y qué hace su adversario político? Le mira.

Me fijé también en lo que veía Zapatero cuando hablaba Rajoy. Miraba a Rajoy. ¿Es motivo de inspiración? Quizá. El techo es una forma del vacío: después del techo está la bóveda del cielo, el abismo absoluto. Mirar al adversario, como hace Zapatero, produce vibraciones aún más inquietantes que la observación de la bóveda celeste. Así que a mí me parece que Rajoy ha encontrado mejor manera de evitar el vacío: escucha como si no estuviera, de modo que cuando él mismo se sube al atril puede ignorar perfectamente lo que acaba de decir el prójimo.

A la gente le suele llamar la atención que Rajoy lleve sus discursos de respuesta al presidente escritos ya desde casa. Zapatero lo lleva escrito todo, también, pero juega con ventaja, porque cuando él inicia estas sesiones nadie ha dicho nada antes. Si no existiera el techo del Congreso de los Diputados es probable que Mariano Rajoy tuviera que oírle y eso le rompería los papeles.

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