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Columna
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Al enemigo, ni los buenos días

La sesión de control celebrada esta semana en las Cortes Valencianas ha registrado inusuales episodios de tensión y descortesía que únicamente se comprenden a la luz de los sobresaltos que han sacudido al PP a raíz del auto del Tribunal Superior de Justicia de esta Comunidad que deriva a su homólogo de Madrid la investigación de las irregularidades financieras y presunto delito electoral. Aquellas y éste, como es sabido, se contemplan en la querella presentada por cuatro diputados socialistas contra el presidente Francisco Camps y otras 16 personas. Como por lo pronto nadie se sienta en el banquillo y no se empapela a ninguna persona aforada, los populares han celebrado este trámite procesal como una exculpación y victoria sobre quienes le han causado tanto desasosiego así como no poco canguelo debido al aliento de la justicia sobre el pescuezo de los querellados.

A juicio del consejero de Caridad (que no de Solidaridad) y Ciudadanía, además de portavoz parlamentario, Rafael Blasco, el aludido auto ha sido "un varapalo político" para los socialistas; la alcaldesa Rita Barberá, muy en su estilo resolutivo, cree que este contencioso es un "tema zanjado" cuyos promotores deben pedir perdón. De esta misma guisa complacida y concluyente se han sucedido varios pronunciamientos que no propician otra cosa que pasar página y olvidar de una vez por infundadas estas insidiosas corruptelas -y causas mayores- que vienen siendo pasto de los tribunales. Sin embargo, por más que los populares pretendan confundir sus deseos con la realidad, ésta sigue condicionada por la larga sombra del caso Gürtel, "ese entramado delictivo con el que el PP tiene estrecha relación", a tenor de los autos aludidos, y que ahora se ha puesto en manos del juez Antonio Pedreira, de quien no consta una especial amistad con el Molt Honorable.

No ha de extrañarnos, pues, que en el envés de tan falsa euforia cunda el desaliento y la furia, como se ha revelado estos días en el marco y los mismos escaños de las Cortes. Por un lado, el referido consejero y portavoz popular ha conminado a su grupo a retirar el saludo al cuarteto de diputados socialistas que han cometido la aparente vileza cuestionar la integridad del titular de la Generalitat. Ni buenos días, ni pan, ni agua, si en su mano estuviere. Por otra parte, el presidente, contaminado por la misma airada puerilidad, afirma que sólo concertará "acuerdos con las personas que representen la decencia y la inteligencia de esta tierra", entre las que obviamente no están los mencionados querellantes, lo que nos sume en la duda de si el veto es extensivo al resto del partido que representan.

De ser así, y dado el desdén con que el infatuado y hegemónico PP trata en la Cámara a los demás grupos de izquierda, deducimos que está dispuesto a administrar su soledad, lo que no es el mejor viático para afrontar los aflictivos tiempos que corremos, tiempos exigentes de amplios consensos propiciatorios de sinergias. Pero el partido que gobierna no está ni acaso puede ya estar por la labor, desarbolado como se encuentra por sus infortunios judiciales, sus despilfarros financieros y la precariedad de su destemplado líder. Las circunstancias parece que lo abocan a cerrarse en banda y revelarse a su pesar como la versión de la derecha más carca, corrupta e incompetente de cuantas han desfilado por la pasarela del gobierno autonómico. Para desgracia de todos, dicen que lo peor está por llegar.

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