La hoguera de los héroes
Soy el muñeco de paja. Vamos, te dije, ríe conmigo, es carnaval. Mira a tu alrededor. Aún hay motivos para carcajearte, aunque sea de las penas. Ponte la máscara y pierde la vergüenza. Sé descarado. ¿Qué tienes que perder? ¡Venga, a vivir, que son dos días! Así. Atrévete a decírselo. Dile que la quieres o que la odias o que la aborreces y te da asco. Dile al mundo lo que piensas. Ríe más fuerte. Libérate. Siente la locura. El desvarío. Adiós a las corbatas y a las faldas por debajo de la rodilla. Por unas horas, olvídate de la rutina, del despertador impertinente, la comida sin sal y el pijama de rayas. Nunca te habías sentido tan vivo, ¿verdad? Una corriente eléctrica recorre tu espinazo. Tu piel burbujea. Tu garganta quiere escupir lo que el miedo y la vergüenza le han obligado a retener.
Ahora baila y canta. ¡Claro que puedes! Sólo necesitas que alguien te lo recuerde. ¡Muy bien! Es maravilloso sentirse con fuerzas, ¿verdad? Creer que todo es posible. Soñar despierto... ¿Gracias? ¿Me das las gracias? ¿Dices que sin mí nunca te hubieras atrevido? Cuántos halagos, querido mío. Ya, ya sé que me consideras irresistible. Divertido, ingenioso, descarado. ¿Me admiras? Cómo no, es obvio, soy todo lo que tú no eres pero anhelas ser. Y crees que si te arrimas a mí, tú te contagiarás de mi carisma, de mi poder.
Pero, amigo, ¿sabes cómo respondo a tu agradecimiento? ¿Percibes lo que me produce tu ciego y traicionero seguidismo? ¿Esa admiración tan rendida como volátil? Un meneo en las tripas, el estallido de la contención, ¡la más sonora de las ventosidades!
No, no estoy loco. Me río, pero no estoy loco. Es que yo he leído el final del cuento. Desde el principio he sabido lo que tú y los de tu especie haríais conmigo, malditos mediocres. Os conozco demasiado bien, llevo siglos observándoos. Abomináis del aburrimiento y de la grisura. Con la avidez de una hiena, mendigáis nuevos ídolos, bufones o mesías, y no os importa olisquear entre la carroña si el premio es un nuevo muñeco al que disfrazar de superhéroe.
Diversión o esperanza. Tanto da lo que busquéis. En la pantalla del televisor, sobre el césped del estadio de fútbol o en el escaño del Congreso, necesitáis una princesa o un semidiós que os muestre la tierra prometida. Primero lo adoráis, lo eleváis a los altares, chupáis su fe o su alegría, os alimentáis de sus palabras, sean de hiel o de miel, y después, cuando vuestras mandíbulas ya están cansadas de reír o vuestras retinas de adorarlo, os afanáis en despreciar el relleno de pega de sus entrañas.
Los héroes de hoy son las decepciones de mañana. ¡Cómo os gusta jugar con las ilusiones! Vuestro entusiasmo los catapulta a la gloria y vuestro desencanto, tan ruidoso y exaltado como el anterior, los arroja de una patada al fuego del infierno. Os erigís en jueces y espectadores, pero nunca pensáis que es vuestra desidia la que ha acabado mutilando los sueños.
Mamáis de las ubres de la monotonía y del conformismo. Os atrae la efervescencia, pero sentís un placer insano cuando descubrís que el paso del tiempo disipa todas las burbujas. Como si os sintierais reconfortados al regresar a vuestro tibio y cómodo reino de la nada. Un nuevo fracaso, protestáis. Y se os escapa un suspiro de alivio al comprobar que el ídolo caído no era tan distinto a vosotros mismos.
He visto vuestras sonrisas apenas disimuladas, vuestra felicidad inconfensable, ese brillo cruel en los ojos cuando el fuego empezó a devorar mis ropas. En el fondo, era insultante, intolerable para vosotros, que yo, un simple bufón, hubiera despertado tanta admiración. Teníais que reducirme, castigar la osadía de haber aspirado a ser más que vosotros.
Cuando las llamas, avivadas por la envidia, prendieron en mi corazón de paja, gritasteis gozosos: "¡Es un muñeco! ¡Es un muñeco!". Sí, tan sólo soy un muñeco. Como si alguna vez os hubiera engañado sobre mi condición. Y entonces os apresurasteis a echar más leña a la pira de la expiación: lista de amantes, faltas de los hijos, pecados de soberbia, cualquier prueba que templara vuestras conciencias. Al fin y al cabo, ya sólo era un muñeco.
Y mientras me observabais retorcerme en la hoguera purificadora, con la retina aún contraída por el resplandor del fuego redentor, ya buscabais de soslayo al próximo pelele a quien coronar.
Pero antes, tristes y aburridos seres de costumbres, antes de buscar un sucesor, atravesaréis gustosos vuestra voluntaria travesía del desierto. Lloraréis por el último sacrificado e incluso llegaréis a perdonarme. Volveréis a recordar los buenos ratos que pasamos juntos, olvidaréis mi soberbia y restableceréis mi culto. Quizás incluso me convirtáis en un icono y hagáis chapas o estampéis camisetas con mi efigie. Y después, pasados los 40 días de penitencia, superada la enjuta y estéril cuaresma, volveréis a sentir la necesidad de adorar a un nuevo mito. La víctima del próximo aquelarre.
http://alteregosalterados.blogspot.com/
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