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Columna
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El PSC y sus debates

Francesc Valls

Al Partit dels Socialistes, como al resto de los partidos, no le gusta visitar al psicoanalista. Pero periódicamente se ve obligado a enfrentarse a sus fantasmas aunque sea por un rato. El episodio escrito hace unos días por Ernest Maragall, en el que proponía un giro estratégico concretado en tener grupo parlamentario propio en Madrid y revisar las relaciones con el PSOE y entre Cataluña y España, ha quedado definitivamente archivado. La ejecutiva del PSC vapuleó el pasado lunes al consejero. Maragall presentó su dimisión -que no fue aceptada- e hizo un ejercicio de rectificación y autocrítica propio de otros tiempos y de otras latitudes. El debate ya se ha acabado, sentenciaron todos. ¿Qué queda de aquella izquierda en la que todo se ponía en cuestión y se debatía hasta la extenuación? ¿En qué han quedado aquellas reuniones interminables para pactar hasta la última coma? ¿Dónde encontrar buenas catarsis, con episodios de pánico ante la escisión incluidos? Desde que se ha prohibido fumar en las reuniones, la izquierda ha perdido interés por el debate y cada vez se parece más a la derecha en su mecánica de funcionamiento. Las grandes asambleas con derecho a infarto quedan para formaciones como Esquerra Republicana. Y parece que incluso en el partido independentista son ya historia.

En los últimos años, el aparato del PSC ha tratado de mantener un control férreo sobre todo lo que acontecía y casi lo ha logrado

Los socialistas catalanes han vivido congresos memorables. El de Sitges en 1994, a raíz del cual se arrinconó al sector más catalanista y se consagró el revolucionario voto secreto, fue un buen ejemplo de ello. El despido del presidente Pasqual Maragall ha sido de los últimos episodios. En todos los años de pujolismo no se recuerda en Cataluña nada comparable que tuviera a CDC como protagonista. La autoridad incontestable de Jordi Pujol no permitía bromas de ningún tipo. El pacto con el PP fue aceptado como acto de fe por una militancia que sólo unos días antes estaba dispuesta a echarse al monte con sólo mencionarle la posibilidad de acuerdo. La sucesión del líder por Artur Mas se hizo de acuerdo con los cánones de la mejor tradición monárquica. La nobleza ni tosió, a excepción de algún estornudo del democristiano Josep Antoni Duran Lleida. El 27% de los ex consejeros de Pujol en 21 años de gobierno consideraron que quien realmente ejercía de titular del departamento era el mismísimo presidente.

El PSC no ha tenido un liderazgo tan omnímodo, carismático y personal como el que Jordi Pujol ha ejercido en CDC y, por extensión, en CiU durante décadas. En los últimos años, el llamado aparato -triunvirato gobernado por José Montilla con José Zaragoza y Miquel Iceta como mano derecha y mano izquierda, respectivamente- ha tratado de mantener un control férreo sobre todo lo que acontecía. Casi lo ha logrado. Pero la naturaleza humana es débil y falible. Se le escapó el Estatuto aprobado por el Parlament en septiembre de 2005. Pero poco más. Los congresos del PSC de los últimos años dejan las decisiones más espinosas en manos no ya de la Divina Providencia, sino de la dirección. El sector más catalanista, reiteradamente derrotado bajo sus distintas denominaciones en diversos congresos, encuentra acomodo en órganos como ese exclusivo comité político-electoral que se reúne los viernes y que integran, además del triunvirato gobernante, Antoni Castells y Joaquim Nadal.

Pero ¿cuál es el peso real de ese sector? Más bien poco. Reinan pero no gobiernan en el partido. Y en caso de que pueda reeditarse el tripartito -archivada ya la carta a los Reyes Magos escrita la semana pasada por el titular de Educación-, ¿repetirán como consejeros Castells, Montserrat Tura, Marina Geli, Joaquim Nadal y Ernest Maragall? No está muy claro. Algunos de ellos creen que su presencia en las listas no peligra, aunque dudan de su posibilidad de acceder al Gobierno. Nadal es quizá quien mejor lo tiene por su innegable juego de cintura. Pero en el PSC hay quien piensa, con criterios de edad muy similares a los de la empresa privada, que el sector más catalanista está amortizado, que las nuevas generaciones, los hijos de los capitanes del Baix Llobregat, están listas para tomar el relevo. Con esos mimbres, cualquier debate difícilmente se producirá. Habrá declaraciones y artículos. Pero sólo si la dirección lo cree pertinente, el debate se traducirá en hechos.

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