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Columna
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Personaje

Brooklyn, de Colm Tóibín, es una novela excelente. Seguramente es extraordinaria, pero llevo días peleándome con ella, lo que me conduce a atemperar mi juicio, sin que, por otra parte, deje de ver en esta contienda una señal de su valía. Eilis Lacey, su protagonista, es una chica corriente, digamos que incluso es una buena chica, pero he llegado a odiarla en un determinado momento, y ésa es la anomalía que ha perturbado mi lectura. No me suelo identificar con los personajes literarios; tampoco suelo odiarlos, pero esta vez, vaya, he caído, y he llegado a preguntarme si esa aversión no estaría incluida en el programa. Y es que al final Eilis tiene su castigo. Dicho en estos términos, todo parece reducirse a un cuento moral, y de eso se trata, en efecto, aunque su alcance va más allá de la simple sanción de una conducta determinada.

Eilis Lacey no es un personaje-bombón, tipo Pereira o el Miralles de Javier Cercas. No es una heroína llena de humanidad, tampoco una sufrida heroína de la vida ordinaria, capaz de cargar con su destino de víctima y de superarlo, como puede llegar a parecerlo. No es en absoluto una heroína, pero creo que es un personaje extraordinario. Eilis es una chica irlandesa de Ennicorthy con un incierto futuro. Sus tres hermanos han emigrado a Inglaterra y ella vive con su madre viuda y una hermana mayor, más brillante y atractiva que ella. A través de un sacerdote irlandés "le encuentran" un trabajo en Nueva York, ciudad a la que emigra. Le costará adaptarse, asistirá a unos cursos de contabilidad para entretenerse y ascender en su trabajo, e iniciará una relación con un chico italiano. Su futuro parece encarrilarse, pero una mala noticia familiar la lleva a regresar a Irlanda para unos días. De nuevo en casa, Eilis descubre que ante los demás no es la misma de antes, que su experiencia americana le otorga un valor añadido, cierto glamour. El final es bastante amargo.

El drama de Eilis poco tiene que ver con el destino; tampoco con una circunstancia histórica que determine su vida, pues se nos ofrecen muchos, y maravillosos, detalles de la vida ordinaria, pero no de otro tipo. Ella rara vez ha tomado una decisión, y cuando se dispone a tomarla, descubre que la vida ya ha decidido por ella. Se ha dejado llevar. Quizá sea eso lo que la hace exasperante, pero hay en su indecisión cierta carga de resistencia que la aleja de ser un personaje simple. Y tiene la virtud de encarnar una experiencia o una tentación que podemos hacer nuestra a nada que rememoremos un poco. Es difícil regresar a un tiempo pasado, aunque nunca hubiéramos querido alejarnos de él y hayamos hecho de la vida una espera, más o menos conciente, para recuperarlo. Y lo terrible es que cuando ese tiempo parece abrirnos por fin sus brazos sea nuestra propia vida la que lo condene. Doble revelación, porque afecta también a la amargura de lo que nos espera. Quizás al odiar a Eilis estaba odiando algo de mí mismo.

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