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Columna
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Gatos comunes

Para todo aquel que recoge un gato por la calle con la pretensión de adoptarle y que deje que comparta su vida y su hogar (el del gato, que los gatos son los dueños de los territorios que pisan), la primera decepción va a estar en las librerías. No se trata de husmear por ellas para encontrar algo que sea del agrado del gato lector: se trata de encontrar un libro que hable de las costumbres, la alimentación, las enfermedades y otras cuestiones sobre los gatos comunes, que son los más comunes de los gatos y los que andan por la calle. Todos los libros sobre gatos son sobre aristogatos (que decía Walt Disney), o sea gatos persas, siameses y demás. Toda la aristocracia gatuna está fotografiada, analizada y catalogada en los estantes de las librerías: a los gatos comunes que les zurzan. (Ah, es importante cuidar a los gatos callejeros porque son los que mantienen a raya a las ratas, que también son necesarias porque se comen la basura. Hay todo un ecosistema bajo nuestros pies y ante nuestras narices.)

El gallego común ve cómo se despilfarra su sudor por cajas, parlamentos, autoridades portuarias y años santos

Si hay falta de bibliografía sobre los gatos comunes, los gallegos comunes también se ven faltos de información sobre sí mismos, sus costumbres, su alimentación, sus enfermedades y otras cuestiones que les afectan directamente. Es obvio que son muy costumbristas y que muchas de las mejores plumas del país se han ocupado de tradiciones, papatorias, festejos, excepciones pintorescas y otras circunstancias del modelo único de gallego construido a lo largo de los siglos. Pero el gallego común no es ese gallego mítico -ni siquiera el gallego típico- que vive en las fotografías y manuales de uso en las librerías. El gallego común no tiene, como los gatos, bibliografía. El gallego común vive con problemas que nada tienen que ver con romerías, gaitas y pulpeiras. El gallego común maúlla mientras ve cómo se despilfarra su sudor por cajas de ahorros, parlamentos, plenos municipales, autoridades portuarias, años santos, juzgados y escuelas. El gallego común asiste, con ojos abiertos como los del gato, a la palabrería y la desgalleguización sistemática de su vida. El gallego común suspira por estar tranquilo ronroneando en su tranquilo territorio minifundista pero ¡miau!, qué difícil es.

El gallego común es el gallego sin atributos de Robertiño Musil. Sus hijos están desprotegidos y sin refugio. En los colegios, los hijos del gallego común no saben si toca época de inundaciones o de incendios en los planes de estudios. En la familia, los hijos del gallego común están aún más abandonados si cabe. Que no se le ocurra al gallego común (sea macho o hembra) entrar en litigios sobre derechos de visitas o similares tras un divorcio. Mejor que vuelva a las alcantarillas y abandone, como hacen los gatos, a la prole a su suerte. Si intenta el gallego común que un juzgado de familia le otorgue una custodia compartida (la única es mala para las hembras y los machos de la especie), lo más probable es que acabe en manos del lacero y gaseado en las dependencias municipales destinadas al efecto. Triste destino, le dicen en los juzgados, el de la descendencia del gallego común. Las caras maquilladas de los gatos aristocráticos que desmadejan los hilos de la incompetencia judicial pueden acabar arañadas por los cuatro costados. Que venga el ministro Caamaño y lo vea.

El gallego común vive de recuerdos que no de realidades. Los gatos comunes que saludaron a Stravinsky en el puerto de Vigo -cuando el maestro hizo escala para largarse a América- no se enteraron de quién era ese tipo con gafas que les acariciaba, pero el gallego común que le sirvió una taza tinta a don Igor en una tasca no olvidará jamás al imponente compositor ruso y su mirada miope. Stravinsky, a raíz de aquel encuentro felino y portuario, compuso sus famosas Nanas para gatos en la travesía que le llevó a Nueva York. El gallego común se quedó sin dormir porque nadie le compuso ni le cantó una nana. El gallego común vive en un insomnio permanente inducido por la tradición, la oficialidad, la solemnidad y el pienso de a cuarenta euros el kilo. Al contrario que al gato común, al gallego común no le está permitido dormir ni ronronear.

julian@discosdefreno.com

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