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Columna
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Teoría del corsé

Los corsés se dejaron de usar allá por los años veinte del siglo pasado. Hacían una fantástica cintura de avispa, con el pequeño impedimento, eso sí, de que una no se podía doblar o mover demasiado, respiraba con dificultad y podía llegar a desmayarse. "Ah, para estar guapas hay que sufrir", decían. Nos suena. Traigan a la memoria, por ejemplo, la última gala de los Goya. Se darán cuenta de que, como de costumbre, las participantes femeninas tienen que congelarse (en tirantes o con escote de honor en pleno invierno) y acertar a caminar (que no correr o apresurarse, cosa imposible) con tacones de vértigo; haber pasado unas cuantas horas arreglándose y maquillándose, y no llevar corsé, ni faja (prenda imprescindible todavía para nuestras madres o abuelas). ¿Para qué, si ya está interiorizado? Es decir, ya no se necesita una prenda exterior para disimular, puesto que la silueta ha de ajustarse en todo momento "al natural" (gracias a una constante dieta, ejercicio y sacrificios varios) a ese molde ideal.

Qué cómodos y calentitos los varones, con esos trajes negros que cubren todo el cuerpo (ocultando sus grasas, sus pelos, sus granos), sus zapatos planos, sus barbas o sus calvas. Ya sé, ya, que la exigencia estética también va en aumento para ellos. Sin ir más lejos, una pujante marca cosmética ha lanzado desde las páginas de este periódico -anunciándose en portada y en dos páginas enteras en el interior (mejor no pensar lo que debe costar eso)- sus cremas mágicas "cintura y abdomen intensivo hombre". Bienvenidos (¿?) al club. Pero sigue habiendo una diferencia sustancial: mientras que esforzarse por todos los medios por ser atractiva refuerza la "feminidad" de la mujer, no se considera que hacer lo propio refuerce la "masculinidad" del hombre; en algunos casos, hasta lo pone socialmente en entredicho. Es evidente que el hombre feucho, entrado en años o en carnes, no recibe la misma censura que una mujer; no es el valor determinante que se espera de él. El dato de que más del 80% de usuarios de cirugía estética en el mundo sean mujeres ya es bastante revelador: ¿acaso nuestros rostros o cuerpos envejecen peor o son más "imperfectos" que los de los hombres?

Por la misma razón, las críticas estéticas dirigidas a las mujeres (muy a menudo, desde luego, por otras mujeres) son mil veces más feroces. A Leire Pajín, por ejemplo, le han caído las burlas más crueles por su paso por los Goya. ¿Su pecado? No tener ni el vestido ni la apariencia de una modelo/actriz; es decir, no tener el corsé interiorizado. Pero es que ella no se dedica a eso, podríamos replicar. Da igual: es una mujer en la esfera pública y debe obedecer religiosamente a los mismos imperativos estéticos. En comparación, librarse del corsé como prenda exterior fue bastante fácil. Lo difícil es aligerar la presión del corsé interior (no sólo de las críticas, sino de las autocríticas estéticas).

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