Lobelle, el apellido del fútbol sala
El presidente y mecenas del mejor equipo gallego de la modalidad repasa la historia de un club que nació como pasatiempo para mecánicos
Aun la amargura de una final perdida con polémica arbitral (2-3 en la prórroga contra ElPozo, tras un gol fantasma que los árbitros no concedieron), el tono de voz y las maneras de José Antonio Lobelle transmiten mesura, calma y prudencia. Los últimos cuatro días, Santiago fue la capital del fútbol sala, sede de la Copa de España, parada y fonda de los mejores equipos de una competición referencia a nivel mundial. El Xacobeo Lobelle está entre ellos. En el pasado más reciente ganó en España y en Europa, ayer se quedó a las puertas, pero ahora retoma la Liga situado en la tercera plaza justo por delante del Barcelona y a rebufo de ElPozo e Inter Movistar, dos clásicos que le triplican en presupuesto. Es el trabajo y la pasión de un hombre que comenzó de meritorio en la obra del embalse de Belesar y edificó un grupo de empresas.
"Como no podíamos pagar a los fichajes, les ofrecíamos trabajo"
"Prefiero no saber el dinero que me ha costado porque me asustaría"
"Para mí el fútbol sala es como el hijo que nace en casa y lo alimentas y educas para que crezca", apunta Lobelle, que sin buscarlo cumple cada 15 días los más húmedos sueños de los presidentes del balompié, siempre tan proclives a acaparar focos. Nadie anima al Lopera, el Del Nido, el Laporta o el Florentino, tampoco al Lendoiro, pero ayer seis mil personas jaleaban el apellido Lobelle en Fontes do Sar. Los vítores no iban hacia el palco, pero el equipo lleva el apellido de su creador; el equipo, en gran medida, es él. "El Lobelle", reconoce, "depende de José Antonio Lobelle, de mis empresas. Es un proyecto personal ayudado por las instituciones, pero yo estoy a la cabeza y llevo al día los pagos". Cuando alguna vez se paró a sumar el dinero que le ha costado, se puso de inmediato a hacer otra cosa. "Prefiero no saberlo porque me asustaría".
Son 45 años de mecenazgo. Todo empezó en A Barrela, concello de Carballedo. De allí es Lobelle y allí se estableció con una empresa de alquiler de vehículos para obras, una osadía que le salió bien. Los estudios de sus hijas lo trajeron a Compostela y obtuvo la primera concesión de Nissan en Galicia. En ese camino nunca dejó el fútbol sala. "El primer equipo lo montamos porque mis mecánicos en A Barrela me pidieron camisetas para jugar en los partidos que se hacían en la zona". Bajaban a Chantada porque en A Barrela no tenían dónde hacerlo. El traslado a Santiago abrió otro horizonte. Creció en lo empresarial y en lo futbolístico. "Llegó un momento en el que todos los jugadores eran empleados, como no podíamos pagar a los fichajes, les ofrecíamos trabajo", recuerda.
Llegaron los saltos de categoría. La elite tras una agónica tanda de penaltis contra Las Rozas en mayo de 2002. El equipo se ha asentado en una filosofía de Zidanes y Pavones, brasileños, fichajes nacionales y cantera. "Cada año subimos al primer equipo tres o cuatro jugadores", explica Lobelle, que matiza que están ante una eclosión planificada. "Lo hacemos desde hace seis años y nadie nos ha conseguido emular. Vienen a vernos y copiarnos. Otras entidades llevan mucho más tiempo en División de Honor y no han ganado títulos". Su idea de club se ancla a una base, a un vivero de 200 jugadores que alimenta diez equipos y que sufre con los vaivenes federativos porque la cúspide rinde cuentas a la Federación Española de Fútbol y los cimientos a la autonómica de fútbol sala. Dos federaciones para un mismo deporte. "Un despropósito", lamenta Lobelle, "que frena la progresión de los jóvenes".
Con todo, Lobelle paladea el éxito en el deporte más practicado de España, no el que tiene más federados, sí el que más gente mueve, una disciplina que a nivel profesional ha virado hacia un cierto tacticismo, pero en la que aún hay espacio para lo inesperado, para valientes como Tomás de Dios, el entrenador del equipo santiagués, que el jueves en el partido de cuartos de final con empate en el marcador y dos minutos por jugar retiró al portero de la pista y lo sustituyó por un jugador de campo. Buscó el todo o nada y ganó. Marcó gol a falta de catorce segundos. Semanas atrás habían perdido la Supercopa con once segundos por jugar.
"La intensidad es máxima", resume Lobelle, que desechó todas las opciones que se le presentaron de cambiar de balón y pasarse al fútbol: "Mi tiempo ya ha pasado, además en Santiago hay gente que se esfuerza por el fútbol, lo que pasa es que los aficionados no quieren ver que se está un día arriba y otro abajo. Reclaman continuidad y seriedad total". Al final su mundo es el fútbol sala, por eso le preocupa dar continuidad a su obra. "Tenemos un proyecto serio que merece la pena apoyar porque hay un futuro por delante y un trabajo de mucha gente detrás. Pero yo no puedo seguir toda mi vida poniendo tanto dinero".
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