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Columna
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Ensimismada y acomplejada

En una reciente rueda de prensa el señor Fernández Alvariño, presidente a la sazón de la patronal pontevedresa, declaró que lo que los empresarios quieren es "more money, more money, more money", a lo que el señor Fontenla, que lo es de la gallega, retrucó, para que la cosa no pareciera demasiado pedestre, "bueno... y pagar impuestos". Desde luego, querer ganar más dinero es lo que se espera de un empresario, como se aguarda de un metafísico que siga los razonamientos hasta sus últimas ramificaciones o de un teólogo que justifique la existencia de Dios. No vamos a una iglesia para que nos refuten a la divinidad.

Sin embargo, el señor Roberto Varela, conselleiro del ramo, ha afirmado que la cultura gallega está "ensimismada y acomplejada", lo que tal vez si lo hubiese dicho un servidor tendría un pase, pero que en su boca viene a ser lo mismo que si uno entrase en una carnicería para que un fornido hombretón nos informase, desde detrás del mostrador, que el género que allí se vende es defectuoso, contiene gérmenes y es dañino para la salud. Los críticos hoscos y mordaces estamos para estas cosas, pero no es bueno que las autoridades nos hagan competencia desleal. De seguir por el mismo camino, en una próxima comparecencia el Presidente bien nos pudiera informar de que el autogobierno gallego es de muy baja calidad, los conselleiros unos incompetentes, y que él mismo deja mucho que desear...

En cierto modo, la cultura gallega ha sido demasiado osada para el país en el que se produce

Pero no parece probable que el señor Núñez Feijóo o algún otro capitoste de hoy, del gobierno o de la oposición, pretenda emular a Don Estanislao Figueras y Moragas, primer Presidente de la República Española, que antes de dimitir declaró ante sus colegas del Consejo de Ministros "Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros". No consigo recordar si era Lluis Carandell o Josep Pla quien apostillaba que aquel hombre, al incluirse en el plural, mostraba de ese modo su bonhomía y toda la delicadeza y finura de su espíritu.

El caso que nos ocupa es bien distinto: siendo el señor conselleiro neófito en el oficio, lo que ha tenido es un ataque de candor del que es de esperar que se recupere, una vez la práctica del cargo lo haga más astuto y taimado. Lo preocupante, en realidad, no es tanto que lo haya dicho como que lo piense. Le ha faltado un pelo para que continuase el argumento diciendo algo así como "y provinciana". No me explico cómo teniendo a Kafka, Kundera y otros autores checos -que escribían en alemán o francés como es debido- todavía hay gente que se obstina en leer a esos ciertos autores que usted y yo sabemos". O sea, efectuando una traducción en versión libre indirecta de ciertas palabras de Núñez Feijóo, su Magno Antecesor, ante el Consello da Cultura Galega: "Tomen a Valle Inclán, Julio Camba y Torrente Ballester como ejemplos y no jodan, olvídense de lo demás".

Sin embargo, la cultura gallega no ha sido ni ensimismada ni acomplejada, al menos en los puntos más altos de su recorrido. Es decir, no más que la cultura española en su conjunto, que lo ha sido -y mucho- hasta los años 80 del siglo pasado. Si uno toma a Otero Pedrayo y su amor por Chateaubriand, o a Cunqueiro, tan cercano en ciertos respectos a Tolkien, o a Fernández de la Vega y sus lecturas tan atinadas de Heidegger, o a Novoneira y su aprecio de los haikus japoneses, o a Méndez Ferrín y su gusto por el nouveau roman francés, podrá comprobar que en esos y otros autores no se ha producido ensimismamiento alguno ni, acaso más sorprendente aún, tampoco sumisión ciega a la moda: complejo, para entendernos.

En realidad, se podría defender con bastante lógica que los problemas de la cultura gallega vienen más bien de lo contrario: de que en cierto modo ha sido demasiado osada para el país en el que se produce. En una sociedad más bien conservadora, de escasa urbanización, reducida oferta de espectáculos, y con índices de lectura muy bajos, tenía que haber problemas de recepción de obras que, una y otra vez, eran o bien muy sofisticadas, o bien muy deudoras de la tradición del modernismo y la vanguardia como es el caso de los autores citados. La cultura gallega no se ha prodigado en los géneros populares ni ha podido llegar, fuera de los circuitos escolares, con la potencia de una industria cultural fuerte a sus destinatarios.

En el pasado los buenos -y escasos- lectores leían por lo general en ambas lenguas. Pero la eclosión de la educación en las últimas décadas, acompañada de una cultura de masas mucho más fuerte en España, sin su correlato autonómico en Galicia, ha hecho que hoy una parte creciente de los lectores ignoren lo que se produce de valor o no en un idioma que les es fundamentalmente ajeno. Ése es tal vez el problema, y de ahí nacen los juicios como los que hizo en su momento Núñez Feijóo en el CCG, y su Conselleiro de Cultura más recientemente: que, en realidad, no tienen ni idea de lo que están hablando.

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