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Columna
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La esquina del redondel

Mi buen amigo, llamémosle Bernardo por un decir, el día que vio la película de Sergio Leone El bueno, el feo y el malo, decidió que por fin había encontrado un sentido a la vida. Aquella escena del duelo final a tres bandas, interminable, vigilando por el rabillo del ojo los dedos de tu candidato a asesino y calculando quién tenía más o menos posibilidades de llevarte al otro barrio, le explicó cuál era el camino de la vida. Mi buen amigo Bernardo, es un decir, a la salida del cine, me lo dio a conocer con la solemnidad con que se anuncian los grandes descubrimientos: "En la vida, amigo Eduardo, hay que saber encontrar la esquina del redondel". ¡Coño!, me dejó impactado. Y, a decir verdad, cada equis tiempo, y según los acontecimientos, me viene a la memoria aquella sentencia tan chirene, a priori, como juiciosa en su jugoso contenido.

La esquina del redondel, por ejemplo, la buscaba constantemente Curro Romero cuando el toro le miraba mal, o no le gustaba el color berrendo o las chorreras en la piel, o las nubes no eran las adecuadas para ese forcejeo con el bicho. Vamos, casi siempre y con casi todos los toros. Cuando el casi se quedaba en casa, Curro encontraba la esquina del redondel y desde allí pintaba una verónica que ya le hubiera gustado a Rafael (no el de Paula, el otro, el pintor).

Me acordé de Bernardo el otro día, asistiendo a las tribulaciones de Zapatero en su semana horribilis de la crisis. Me vino a la cabeza un presidente manoteando en el despacho, a oscuras, buscando su esquina favorita, donde resistir las acometidas de Davos y esa figura tan horripilante que se llaman los mercados internacionales. Es obvio que no encontró la esquina y ahí sigue girando y girando con el toro más toro de su mandato. Ya dijo el filósofo ubriqueño Jesulín de Ambiciones que la vida es como un toro. Nunca supe si lo decía por los pitones o por los.... Bueno, vamos a dejarlo.

La esquina del redondel es un lugar habitual en la política. Será porque, como decía el tango la vida gira, gira, o será porque, como decía otro tango (hay tangos para todo en la vida), es más bien un cambalache, pero quien más quien menos busca esa esquina dorada, esa especie de Aleph borgiano que, aún sabiendo que no existe, lo sentimos muy nuestro, muy cercano. Hay quien busca la esquina del redondel en su propia casa, en su trabajo y, claro, muchas veces le pilla el toro, que al ser un animal irracional tiene las cosas más claras, y al poco tiempo sabe que el objeto de su pelea es ese titiritero que le llama y no esos subalternos que le enseñan el capote desde los burladeros. Hay, sin embargo, quienes no buscan la esquina del redondel e inundan las librerías de novelas góticas e históricas, sagas, series, catedrales, cardenales, buscando la rentabilidad más que la gloria. Los hijos de Umberto Eco nunca serán amigos de mi amigo Bernardo. A esos prefiere darles esquinazo. Y yo también.

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